Repensar el trabajo en tiempos de desempleo

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La crisis económica ha destruido miles de puestos de trabajo en todo
el mundo
. El elevado nivel de desempleo tiene graves consecuencias para el
crecimiento y desarrollo de los países, pero es también una lacra para la
sociedad.
 
Muchas personas no conseguirán tener nunca un trabajo, lo que tendrá
consecuencias para su desarrollo como individuos y su integración plena en la
sociedad. Se requieren soluciones de calado que contemplen una visión amplia de
la persona, la familia, la empresa, la sociedad y, por supuesto, del trabajo.
Entender esta situación y ver cómo influye en nuestra concepción del
trabajo es el objetivo del documento “Trabajar en tiempos de
crisis
“, del profesor del IESE Antonio Argandoña. En él, analiza
las causas éticas de la actual crisis, las características del trabajo en una
sociedad en crisis y las razones para trabajar, y propone algunas ideas para
hacer frente al problema del desempleo.
 

Cómo hemos llegado hasta aquí

Todos conocemos las causas financieras que dieron origen a la crisis
actual pero, como explica Argandoña, “una crisis no es un accidente
imprevisible que se presenta sin avisar”,
sino que “tiene causas
profundas que se van desplegando a lo largo del tiempo”.
Las dimensiones
éticas de esta crisis son algunas de ellas. Muchos autores han denunciado que
durante los tiempos de bonanza se generalizaron ciertos comportamientos
inmorales, como una codicia desmedida, la opacidad, el fraude o cierta
arrogancia entre los directivos…
 
Estos comportamientos han estado siempre presentes en la economía y la
empresa pero, como asegura Argandoña, durante la última crisis los mecanismos
sociales, económicos y gubernamentales que debían ponerles coto han fallado.
“La familia ha dejado de ser, a menudo, una escuela de virtudes; la escuela
presta más atención a lo políticamente correcto que a lo justo, y el Estado se
deja llevar por criterios de éxito político, eficiencia e intereses de partido,
pero no por el bien común”.
El documento dibuja una sociedad individualista, emotivista, utilitarista,
carente de bienes comunes y basada en relaciones de interés y de sentimientos
que demuestra ser incapaz de hacer frente a cuestiones de fondo como el
gravísimo problema del desempleo.
La paradoja del trabajo
El trabajo está cada día más valorado como medio para la satisfacción
de nuestras necesidades, como herramienta que crea conocimientos y desarrolla
capacidades, como piedra fundamental en la construcción de la sociedad y como
reflejo de la dignidad del hombre.
 
Por otro lado, también puede ser causa de su deshumanización. El desempleo, por
ejemplo, provoca en el individuo una sensación de pérdida de identidad cuando
esta está vinculada a la profesión que se ejerce. Además interrumpe la
adquisición de nuevos conocimientos y capacidades, deteriora el capital humano
adquirido y origina conflictos personales, familiares y sociales. El paro se
presenta, pues, como el fracaso de una sociedad ante sus ciudadanos.
 
La precariedad
del empleo
 es también un
elemento deshumanizador del trabajo por lo que supone de incertidumbre y de
pérdida de control de la propia vida. 
Otro mecanismo alienador sería la existencia de trabajos degradantes,
en los que el trabajador se ve como pura mercancía sin cara. O el uso instrumental del trabajo,
que convierte al ser humano en un instrumento en manos de otros, no en un fin.
Así, la degradación del trabajador no consiste en que produzca bienes
materiales, sino en que la forma de producirlos sea inhumana. Es decir, que no
le permita desarrollar otras actividades necesarias y probablemente más
importantes en términos absolutos (familiares, sociales, espirituales,
culturales, etc.), infligiendo violencia a la naturaleza espiritual del hombre. 
En busca del sentido del trabajo
Las personas buscamos un trabajo “expresivo” y a menudo
encontramos un trabajo “instrumental”, quizá porque hemos convertido
el trabajo en definidor de la identidad de la persona
, a la que valoramos no
por lo que es o por quién es, sino por lo que hace: sus resultados personales a
nivel económico (cuánto gana) y social (cuál es su posición en la escala
social), y por lo que aporta a los demás (cuánto contribuye al producto
interior bruto o a la economía familiar). 
Nuestra sociedad hace depender del trabajo y de su rendimiento
económico nuestro nivel de vida actual y futuro
, en la medida en que el sistema
de pensiones y la atención sanitaria y de la dependencia están ligadas a las
rentas generadas con el trabajo, encareciendo así su “coste económico”. 
Un reflejo de cómo entendemos socialmente el trabajo es la pérdida de sentido humanizador
de la educación
, instrumentalizándola como mera creación de capital
productivo. Muestra de ello es el menosprecio de las humanidades por su falta
de “utilidad” para la generación de renta privadas, olvidando su
función social.

Tres motivos para trabajar y uno más
Según Argandoña, existen tres razones principales que resumen las
motivaciones e intenciones que empujan a las personas a realizar esa actividad que
llamamos “trabajo”: un medio para ganarse la vida, una ocasión para
el desarrollo personal y un medio para contribuir a la edificación de una
sociedad.
 
Pero existe también una cuarta razón: el trabajo es expresión de la mejora personal.
Aunque el trabajo es el mismo para todos, hay que tratar de hacerlo bien, con
calidad humana, preparación y dedicación. Hay que hacerlo como servicio a los
demás, empezando por la familia, los colegas, los clientes y los vecinos, y
acabando con la humanidad entera.
Argandoña lo ilustra a través de una antigua historia, en la que
preguntaron a tres picapedreros qué estaban haciendo. El primero contestó que
estaba picando piedra; el segundo, que estaba ganándose el sustento para su
familia; y el tercero, que estaba construyendo una catedral. Su trabajo era el
mismo, pero el sentido que encontraban en él era muy diferente.

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