Dime cómo distribuyes tu tiempo y te diré cómo es la sociedad en la que vives. Con esta premisa, cada vez más voces lamentan que el frenético ritmo de vida contemporáneo mantenga a los países ricos enganchados a la productividad y el consumo. Sin embargo, fenómenos como el de los “millonarios del tiempo”, la Gran Dimisión, las semanas laborales de cuatro días, los avances en conciliación o la ética del cuidado esbozan un cambio de tendencia.
La pandemia del coronavirus está llevando a más gente a convertirse en “millonarios del tiempo”, expresión acuñada por Nilanjana Roy en 2016 para referirse a quienes valoran su tiempo libre al menos tanto como el dinero que tienen en su cuenta corriente. En la práctica, son personas que han elegido trabajar y ganar menos, para vivir mejor.
Las manifestaciones actuales de esta elección son variadas: desde el misterioso repunte de abandonos voluntarios del mercado laboral durante un tiempo –fenómeno que en Estados Unidos se conoce como la Gran Dimisión o la Gran Renuncia–, hasta las reducciones de jornada, las reinvenciones profesionales, las jubilaciones anticipadas o la pura y simple determinación de trabajar de otra manera.
Vidas cansadas
Desde hace unos meses, los economistas no le quitan ojo a la Gran Dimisión y discuten hasta qué punto pueden estar motivando las salidas factores como las mejoras en las prestaciones por desempleo, los bajos sueldos, el coste de los servicios de cuidado infantil, el ahorro de las familias durante el último año y medio o el descubrimiento de oportunidades laborales en otros sectores.
Pero este fenómeno solo es una de las expresiones de un deseo más extendido. Lo verbaliza bien la periodista María Sánchez Sánchez: “En el fondo se trata de una batalla por el tiempo. Cada vez más personas alzan la voz para poder seguir llevando a sus hijos al colegio sin necesidad de ir con la lengua fuera; no entienden por qué han de perder una hora al día en desplazamientos a la oficina o preparar cada noche, rápido y corriendo, el táper del día siguiente. ¿Es viable seguir aguantando una organización del trabajo que se traduce siempre en una merma en la calidad de vida?”.
Seres familiares
La preocupación lleva años sobre la mesa. Si a finales de los 90 la politóloga y exministra noruega de Asuntos Exteriores Janne Haaland Matlary, casada y madre de cuatro hijos, lamentaba que la organización laboral se hubiera levantado de espaldas a las obligaciones familiares, un año antes de la pandemia la socióloga María Ángeles Durán se preguntaba cómo podía merecer “el nombre de riqueza o desarrollo un crecimiento que destruya el cuidado o margine a la población que cuida”.
Poco a poco, va creciendo el aprecio por tendencias que mejoran la sociedad como el reequilibrio de mujeres y hombres en las esferas pública y privada; la toma de conciencia por parte de las empresas de que los trabajadores somos seres familiares, con necesidades imprevistas que atender; el reconocimiento de la vulnerabilidad al que invita la ética del cuidado; o el convencimiento de que no es posible tener más hijos, pasar más tiempo con ellos y atender mejor a nuestro mayores, si la prioridad es vivir para el trabajo.