Producir con sostenibilidad ambiental y para el bienestar social. Preferir una marca por el comportamiento ético de la empresa y no solo por las características del producto. No es ciencia ficción, sino una tendencia que está ganando impulso. Me refiero al cuarto sector, el cruce entre los valores, el consumo y la producción, en la economía que demandan los millennials.

En torno a un 70% de esta generación aceptaría un salario más bajo a cambio de trabajar por una buena causa, mientras que la abrumadora mayoría estarían dispuestos a pagar más por un producto responsable. Es cierto que tienen la mirada fija en la pantalla del móvil y dedican varias horas de su día a las redes sociales. Pero también quieren frenar el cambio climático, construir sociedades más inclusivas, mitigar la creciente desigualdad, y vivir de acuerdo a una ética que no esté reñida con las ganancias.

De estos nuevos valores y expectativas ha surgido un poderoso movimiento que en muchos países supone ya el 10% del producto interior bruto (PIB) y que emplea a una proporción considerable de sus trabajadores. Los emprendedores jóvenes han sido los principales impulsores de este cambio. Cada año se crean millones de empresas sociales en el mundo, bajo diversas formas, como iniciativas ciudadanas, empresas B, cooperativas, mutualidades, sociedades laborales, o la banca ética.

Lo que une a estas entidades es que, aunque buscan la autosuficiencia financiera y funcionan bajo una lógica empresarial, su objetivo no es únicamente lucrar. Su objetivo es resolver los grandes problemas del siglo XXI, combinando elementos de los tres sectores tradicionales: el público, el privado y el no gubernamental.

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