A menudo
decimos que en las vacaciones queremos “desconectar”
, romper con nuestras rutinas cotidianas, ver otras
tierras y olvidar nuestras preocupaciones. Pero en un mundo hiperconectado por
Internet, el correo electrónico y las redes sociales, uno puede dejar su ciudad
y seguir tan enganchado a las pantallas y a sus relaciones virtuales como si
estuviera en su casa. Y si uno es nativo digital, el apego al mundo virtual es
aún más espontáneo.
Frente a esta tendencia, en EEUU se han puesto de moda
los campamentos de verano 
que vetan a los niños y adolescentes
los móviles, tabletas, play stations y demás artilugios que habitualmente
secuestran su atención. No solo será la primera vez que duerman fuera de casa,
sino también la primera que vivan fuera de Internet. 
Se trata de que aparten su mirada
de una pantalla para que descubran la belleza de la naturaleza;
que aparquen el
videojuego y hagan deporte al aire libre; que no envíen más fotos a los amigos
de Facebook y se relacionen con el compañero que duerme en la misma tienda; que
no miren compulsivamente si ha llegado algún whatsapp y descubran las señales
de un juego de aventura
.
Esta dieta de pantallas en los
campamentos no les ha quitado clientela
. Al contrario. El pasado año el 74% de
los campamentos registraron su mayor afluencia desde 2008, según los datos de
la American Camp Association, que reúne a 2.400 campamentos.
La cuarentena virtual de los
niños es compatible con que los padres estén informados de lo que están
haciendo sus hijos. 
Y aquí la tecnología viene en ayuda del campamento desconectado.  Una compañía, que da servicio a más de 1.000 campamentos, permite
que los responsables del campamento suban fotos de los asistentes a una web
donde los padres pueden acceder con contraseña para ver las actividades de sus
hijos y enviarles un mensaje.
Se espera que al volver a casa los niños hayan comprobado
que también hay vida fuera de
Internet
, aunque lo vean como un juego de supervivencia.
Pero no pensemos que esto es bueno solo para los niños.
 Los padres están a veces  tan enganchados a los dispositivos
electrónicos como los hijos,
con la diferencia de que ellos pueden disfrazar
su  afición descontrolada con motivos profesionales y sociales. Por eso,
si se trata de reordenar tu vida y tu mente, incluso para trabajar mejor, las
diversas fórmulas de retiro exigen desconectar con la tecnología. Es el caso de
los retiros que ha ofrecido en El Escorial el monje budista Lobsang Namgyel
,
que han dado lugar a algún reportaje, donde no
se sabe bien dónde termina la información y dónde empieza la publicidad.
Los asistentes son hombres y mujeres de negocios,
profesionales, directivos de compañías medianas y grandes, gente que pasarían
por indispensables en su trabajo, pero que logran sacar cuatro días para el
retiro budista.  Como el Mind workshop del
monje budista exige introspección (“No has de salir fuera a buscar nada; las
soluciones a tus problemas están dentro de ti”
), hay que cortar con toda
distracción. Prohibición absoluta de teléfono móvil y de conexión a Internet.
Cero televisión. Comer en silencio –comida vegetariana, por supuesto– y hablar
lo menos posible con los otros participantes.
Antes de salir el sol, una sesión
de yoga y 45 minutos de meditación,
para aprender a controlar la mente y no
dejarse atrapar por las pasiones que todo lo distorsionan. Más la conversación
diaria con el maestro para convencerse de que “El ego es ignorancia y apegarse
a él es absurdo
”.
El marco de los diversos tipos de retiro no ha cambiado
mucho, ya sean retiros espirituales cristianos o workshops budistas. Silencio. Aislamiento
exterior. Meterse en uno mismo. Meditación. Escuchar al sacerdote o al monje
budista. Objetivo: cambiar de vida.
El budismo para ejecutivos puede
ser así el sustitutivo laico  de los ejercicios espirituales. Eso sí, las
versiones laicas siempre son más caras: ochocientos euros más IVA
.