Desde que entró en vigor la ley en julio de 2010, donde se establece la «despenalización de la práctica del aborto inducido durante las primeras 14 semanas del embarazo», 100.000 mujeres de media han decidido acabar con la vida de sus hijos. Tal y como muestran los últimos datos ofrecidos que corresponden al año 2021, 90.189 mujeres abortaron con una tasa de 10,7 por cada 1.000 mujeres en edad fértil.
Los datos proporcionados por el Ministerio de Sanidad superan a los que se publicaron en el año 2020, cuando 88.269 mujeres decidieron acabar con la vida de sus bebés antes de nacer, lo que supuso una tasa de 10,33 por cada 1.000 mujeres entre 15 y 44 años. A pesar de estos datos, la mayor cifra de la historia se situó en 2011, con 118.611.
A la vez que aumentan el número de abortos, se observa una reducción del número de personas con síndrome de Down, a pesar de que la esperanza de vida de estas personas se ha incrementado considerablemente. Esto se debe a que muchas mujeres deciden abortar al descubrir que existe una alta probabilidad de que el bebé nazca con síndrome de Down. En nuestro país, se calcula que actualmente el número de personas con este síndrome es de alrededor de 35.000. Lo que contrasta drásticamente con los datos que teníamos hace 40 años: alrededor de 300.000.
Esto se debe a varios factores, por ejemplo, a la mentalidad materialista de la sociedad actual y a la mejora de la tecnología médica para detectar este síndrome. Algunas personas piensan que tener un hijo con este síndrome, es más costoso. Por tanto, la opinión general es que tener un hijo con síndrome de Down puede suponer mayor gasto económico a la familia.
Hace unos días, en una reunión con padres, con hijos con este síndrome, me decían que “si se conociera la felicidad que estos pequeños son capaces de transmitir a los demás, sin duda no habría tantos abortos. En esto tienen mucha responsabilidad los médicos que no ayudan a reducir los miedos que, lógicamente, tienen los padres que reciben la noticia de que el hijo que están esperando, vendrá con “graves deficiencias”, y, con frecuencia, se les anima a acabar con esa vida”.
Recuerdo que un padre me decía: “se da uno cuenta que estas personas son un regalo, porque, aunque requieren mucha atención, también dan mucho cariño”. Es fácil comprobar que en estos niños destaca su bondad, su sencillez, su capacidad para querer a los que tienen alrededor, algo de lo que somos conscientes que todos necesitamos y que ayudarían a mejorar el mundo.
Este artículo se publicó en el Diario de Almería