El lenguaje del corazón

Cada persona está diseñada con un corazón para amar, con afecto puro y limpio, ¡noble! Tiene anhelos de belleza e infinito… y unas directrices inscritas en su corazón.

Un gran humanista apunta: ”El hombre es una criatura con un misterio en su corazón que es más grande que él mismo”. Lo que más nos llena son las buenas relaciones personales: que nos comprendan y escuchen, que nos tengan en cuenta, el trato amable con otras personas, los detalles de cariño y afecto… etc. Cada persona necesita sentirse querida: es su necesidad básica. Es necesario poner el corazón, además de la cabeza, en el encuentro con los demás. Que todos notemos y sintamos ese cariño, artífice del buen desarrollo personal

La persona posee una capacidad de amar y de alegrar enormes, que debemos poner «en marcha» a nuestro alrededor. Aprendemos a amar en el seno de la propia familia, desde bien pequeños, gracias al amor recíproco de nuestros padres: origen de la vida de cada uno y fuente de desarrollo y crecimiento personal a lo largo de toda la vida…Aquí mediante las conversaciones, se aprende a escuchar, a comprender, a sentir empatía, construyendo relaciones verdaderamente humanas. Teniendo en cuenta sentimientos y afectos, para ayudarse mejor entre todos. Se trata de hacer acopio de cariño y momentos compartidos para poder concretar y regalar ese amor, y darlo a manos llenas.

Para ello es imprescindible la confianza y escucha atenta con quienes conversamos en cualquier ámbito, espacios de silencio, centrar la atención en los otros, percibir sus estados afectivos y emocionales… Desplazar nuestro “centro de gravedad”, colocarse en su lugar, ver con los ojos del alma.

Y ser delicados, atender sus necesidades, incluso antes de que lo expresen… De ese modo se desarrolla más plenamente esa sensibilidad y comprensión, a la par que se forja la personalidad, y se aprende a querer mejor, con un corazón grande donde caben todos.

Cuando uno se siente de veras querido, a cualquier edad, se fortalece y se «ilumina» por dentro, y es capaz de actuar de forma excelente, darlo todo

El corazón es importante: es el centro y raíz de la persona. Su núcleo más íntimo. El soporte de la personalidad, expresa Ortega. Venimos con unas preferencias y anhelos del corazón de bondad y belleza que no las satisfacen las cosas de “aquí abajo”. Y cada uno «vale» lo que vale su corazón, pues en él se ponderan las cosas, da armonía a las diversas facetas de la personalidad, y uno «pesa» lo que ama.

Un gran pensador J.H. Newman, daba mucha relevancia a la imaginación y al corazón, y acuñó: «el corazón habla al corazón”. Hay que saber escuchar, comprender, empatizar y conectar con las personas con las que nos relacionamos. Mucho más en familia, primera y principal “escuela” emocional.

Y la importancia de la imaginación: un medio para el conocimiento de la realidad. Newman decía que la imaginación es capaz de alzar la realidad, de levantarla: la «real-iza» para poder percibirla y contemplarla. También es una capacidad imprescindible para comprender realidades inmateriales: lo que no vemos, o tocamos, pero atisbamos…

La imaginación conecta con la afectividad y el corazón. Los afectos están en nuestra vida, impregnan la realidad, y hablan al corazón. Y éste es el nexo de unión con la imaginación. Apunta este autor: «al corazón se llega habitualmente, no a través de la razón, sino de la imaginación».  Por eso, si queremos llegar al corazón de una persona, usar la imaginación, pensar cómo se encuentra, qué anhelos tiene…,

El corazón habla directo al corazón. Se activa y resuena con otro corazón: empatiza y se conmueve. Las personas mejoramos con el trato personal, al pensar en los otros, y ofrecer ese cariño que tenemos en potencia. Las fronteras del corazón son inexpugnables…, y con el amor se dilatan, crecen, y embellecen a esa persona.

Qué importante conocer y tener en cuenta todos estos aspectos de lo más íntimo del ser, de forma armónica, y hacerlos vibrar. Con cada uno, «a su estilo». Adivinar el lenguaje que más le “llega» a la persona con la que conversamos.

Es más, Pascal nos advierte que el corazón tiene sus razones que la razón no entiende... No todo es racional. El corazón es otro mundo valioso, genuinamente humano, por explorar, preservar y cultivar.

Cultivarlo es aprender a valorarlo y ponerlo en lo que de veras vale la pena, con afectos tiernos y nobles que nos engrandecen y mejoran. Porque, esta potencia humana anhela una belleza, que es el esplendor de lo verdadero, de lo bueno; lo que nos atrae e ilumina la vida entera. 

La sabiduría innata del corazón nos ayuda a pensar en los otros, a ser mejores, con mayor plenitud personal, y como consecuencia más felices.

¿Y la afectividad?

La afectividad es propia de la persona: los sentimientos y afectos nos «llenan» y conmueven, y ayudan a querer: aumentan la capacidad de amar, pues hacen experimentar la dicha de hacer felices a los demás. ¡Esa es la clave!

Para ello es necesario entrenarse en pequeñas cosas, gestos y detalles, atenciones y delicadezas, hábitos y virtudes, muy relacionadas, que dan facilidad para obrar en esa dirección…, y además disfrutando cada vez más. Por ejemplo la amabilidad y delicadeza, tan necesarias, la confianza, la escucha atenta, la sinceridad, base de todo lo demás, la honradez e integridad personal, la lealtad, la generosidad, la compasión, la gratitud, la sencillez de corazón y el perdón, imprescindible en cualquier relación, el servicio a los demás… llegando al corazón.  Cuidar las relaciones interpersonales.

La afectividad nos ayuda a amar

Querer a una persona es ayudarle a desarrollar lo mejor de sí,

lo que está llamada a ser,

. Consiste más en dar que en recibir,

 y tiene mucho que ver con la generosidad y la empatía,

con un corazón grande que sabe trascenderse

 y por eso rebosa alegría.

De este modo nos descubrimos como personas,

 y también descubrimos a los demás en sus mejores actuaciones.

 

Mª José Calvo Ibáñez

optimistaseducando.blogspot.com

 

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