Nos hemos acostumbrado a usar la química para los menores trastornos psíquicos, un poco como los ciudadanos del Estado Mundial de Un mundo feliz (1931), que recurrían al ubicuo soma para combatir el tenue vacío que experimentaban de vez en cuando. Quizás algunos lectores recuerden que en la era de Ford (equivalente al 2540 gregoriano), era el Gobierno el que fomentaba el uso del fármaco como método de control social a través de la inducción de sensaciones placenteras. El soma se tragaba (un gramo bastaba para el fin de semana) y hacía efecto rápido. Y, sobre todo, servía para todo y para todos.

He recordado el libro de Huxley a propósito de un impactante vídeo (El marketing de la locura) que puede verse en YouTube. En él no se dicen cosas que no se sepan, pero se dicen -con abundante carga dramática- todas juntas. La más importante es que en los últimos años se ha multiplicado exponencialmente el número de trastornos que han pasado a ser considerados «enfermedades mentales», y que ese aumento tiene mucho que ver con el Marketing de las grandes corporaciones farmacéuticas. En el campo de los trastornos psíquicos no existe nada más difuso que lo que se conoce como ansiedad y depresión. En ellos cabe casi todo: desde el luto o la tristeza (me ha dejado mi pareja, murió mi padre, me he quedado sin trabajo) al abismo negro del que no puede salirse sin ayuda técnica y que ha sido tan bien descrito, entre otros que lo padecieron, por William Styron (Esa visible oscuridad). Ese universo impreciso es el que ofrece oportunidades de mercado ilimitadas para quienes saben aprovecharlas.

Trastornos leves y universales que ocurren en el curso de la vida (lo que Freud llamaba «desdicha común» para distinguirla de la «desdicha neurótica») son ahora convenientemente redefinidos y convertidos en enfermedades por los departamentos de marketing de los laboratorios, según la estrategia de convencer a la gente de que el sufrimiento normal es patológico o de que los síntomas leves son, en realidad, graves. Y de que, desde luego, ellos tienen el remedio. Eso cuando no se recurre, directamente, a promocionar la medicación «preventiva». Por supuesto, las campañas, destinadas a multiplicar las ventas del medicamento, precisan complicidades, y en ellas participan también algunos profesionales de la medicina. En definitiva, como ocurría con el soma, lo que se oferta es felicidad encapsulada. Y funciona: estremece saber que hoy consumen antidepresivos el doble de estadounidenses que en 1996. Hemos medicalizado nuestra vida psíquica porque nos repiten interesadamente que estamos enfermos. Y porque cada vez soportamos menos la contrariedad, el sufrimiento y la espera.

En estos párrafos que forman parte del artículo ‘Soma’ para todos,  podemos conocer un ejemplo de la perversión del Marketing. Después de ver el vídeo sobre la “venta de la enfermedad”, me he confirmado en mi forma de entender el Marketing como servicio a las personas y a la sociedad, que ha de ayudar o al menos respetar, a mejorar a las personas para que con libertad, puedan desarrollarse en plenitud.

El mensaje principal del vídeo, refleja algo bien conocido, la falta de ética de algunas actividades de las empresas. Son organizaciones orientadas al máximo beneficio y que utilizan a las personas como medio para lograr sus objetivos. Son manifestaciones del economicismo (la visión de la dimensión económica de las actividades humanas), el cortoplacismo (todo hay que conseguirlo cuanto antes, no se sabe esperar), el consumismo o el materialismo. La persona es algo más que un animal. También posee la inteligencia y la voluntad,  puede conocer, decidir y actuar responsablemente. Con unas creencias consistentes, se puede decir que No o que Si a realizar una determinada actividad. La persona es una unidad, se olvida con frecuencia que es un ser espiritual y que tienes necesidades (por ejemplo, querer y sentirse querido) que no pueden ser satisfechas por el mercado.

La crisis cultural y de valores de nuestra sociedad, facilitan el éxito de la perversión del Marketing. En este caso, las tendencias al culto al cuerpo, el rechazo al esfuerzo, a vida fácil, el miedo al sacrificio, a soportar el dolor o a la muerte.