Debemos reivindicar que la actividad profesional se adapte a nuestra condición femenina y no al revés
Cuando Concepción Arenal, a mediados del siglo XIX, accedió a las aulas de Derecho de la Universidad Complutense bajo ropajes de caballero, comenzó para las mujeres en España la reivindicación de la igualdad material. Pero lo que no podía imaginar esta gran feminista era que al vestirse de hombre realizaba una cesión que nos marcaría hasta la actualidad: la pérdida de la feminidad.
Gracias a la lucha de mujeres valientes en tiempos difíciles, hoy podemos acceder a cualquiera de los trabajos realizados por los hombres. Sin embargo, como señaló Sigrid Undset, feminista de inicios del siglo XX, “el movimiento feminista se ha ocupado tan solo de las ganancias y no de las pérdidas de la liberación”
Cuando las mujeres comenzaron a incorporarse al trabajo, en general intentaron emular a sus colegas masculinos por temor a que su feminidad se viera como fragilidad o debilidad. El precio de la igualdad ha sido muy elevado: la masculinización de su estilo de vida y trabajo, la renuncia a su propia esencia femenina, empezando por la maternidad y, en definitiva, la pérdida de su libertad, ya que la mujer no es libre cuando imita los modos de actuar masculinos, porque está atada a unos roles que no le pertenecen, no encajan en su esencia más profunda. Muchas mujeres se han esforzado por cumplir sus funciones “exactamente como un hombre” y su naturaleza rechazada, reprimida, luego se hace valer y surgen las depresiones, la ansiedad, la insatisfacción, la frustración e infelicidad, porque, como afirmaba García Morente, ser mujer lo es todo para la mujer; es profesión, es sentimiento, es concepción del mundo, es opinión, es la vida entera. La mujer realiza un tipo de humanidad distinto del varón, con sus propios valores y sus propias características, y solo alcanzará su plena realización existencial cuando se comporte con autenticidad respecto de su condición femenina.
Ya hemos demostrado sobradamente que podemos desarrollar nuestras obligaciones profesionales con la misma brillantez que los varones. Ha llegado el momento de reivindicar que la actividad profesional se adapte a nuestra condición femenina y no al revés. El nuevo feminismo defiende un reconocimiento social para la labor de la mujer —y en especial de la madre— que habrá de reflejarse en unas condiciones laborales favorables, específicas y, por lo tanto, no idénticas a las de los hombres. Como afirma Haaland Matláry, la verdadera actitud radical de las mujeres actualmente no consiste en imitar a los hombres, sino en ser ellas mismas, aportando sus valores y sus cualidades.
La participación de las mujeres en pleno goce de su íntegra feminidad en todos los ámbitos de la vida social, laboral y política, es una cuestión de justicia, pero es además un beneficio para la “nueva economía”, pues, como afirma Tom Peters, gurú de los negocios en Estados Unidos, las tendencias actuales sugieren que en el siglo XXI muchos sectores de la actividad económica necesitarán el talento y las habilidades innatas y naturales de las mujeres.