Hoy la banca española se enfrenta a desafíos de todo tipo: desafíos de tipo social, económico, tecnológico y reputacional. Es necesario e inevitable que se embarque en un profundo proceso de transformación para poder afrontarlos con garantías, ya que la sostenibilidad del propio sistema parece estar en entredicho.
Hay bastante unanimidad en considerar que el sector financiero se encuentra en un momento de encrucijada, de punto de inflexión. Muchos hablan de “desafíos ante el futuro” o de “reinventar la banca” como títulos más o menos rimbombantes para expresar la necesidad imperiosa de transformación en el sector financiero. Porque eso es evidente: hace falta cambiar la forma de hacer banca en todo el mundo pero especialmente en España.
Sinceramente, creo que todos los que trabajamos en banca sabemos que va a haber cambios, que el sector financiero de dentro de 5 ó 10 años será muy diferente al actual, pero creo que muy pocos reconocen que, hoy por hoy, la mayoría no tenemos ni idea de lo que va a ocurrir. Es como si estamos en una playa y nos llegan noticias de que ha habido un terremoto a varios kilómetros, pero somos incapaces de predecir la intensidad, los daños causados o el número de supervivientes que quedarán tras el paso del tsunami correspondiente.
Quizás en España estemos ante una “tormenta perfecta” que se ha ido fraguando en los últimos años y que tendría lugar gracias a las siguientes condiciones:
- La evolución demográfica del país. El envejecimiento progresivo de la sociedad española y su consiguiente impacto en el estado de bienestar. Correlativamente, una clientela también más mayor, pero con más formación y nivel tecnológico. Parece que llegan tiempos de menos hipotecas y más planes de pensiones….
- Los cambios en el cliente. Que ya sabemos que está más informado y conectado gracias a Internet. Esto le hace ser más exigente, más autónomo y más demandante. Es decir, es imparable el progresivo traspaso de poder desde las entidades a los clientes. Los tiempos del “yo no entiendo de finanzas, lo que me diga el de la oficina” parecen tener los días contados. A mucha gente ya no le da miedo ir al banco.
- Los cambios en la regulación. La creación de la Unión Bancaria Europea y el correspondiente nuevo modelo de supervisión,que se traduce en mayor control y más restricciones para las entidades. Es decir, el fin de la autorregulación. La sociedad exige más regulación y más control pero esto acarrea también un freno al crecimiento y a la competitividad de nuestros bancos frente a los de otras geografías. Además, la regulación siempre va por detrás de los cambios sociales y económicos, por lo que surgen nuevos players que funcionan como bancos sin serlo, esto es, sin las limitaciones regulatorias correspondientes y con el consiguiente riesgo e indefensión para los clientes.
- La absoluta crisis de confianza que tiene el sector financiero. El deterioro de sus imágenes de marca corporativas, sólo superados por los partidos políticos en cuanto a desafección ciudadana. Una falta de confianza generalizada, injusta muchas veces con algunas entidades más responsables, pero que se extiende y parece estar lejos de retroceder.
- El progresivo descenso de los tipos de interés, en mínimos históricos, con la consiguiente reducción de márgenes. Es decir, la reducción de la principal vía de ingresos de las entidades financieras.
Resumiendo, tenemos por un lado a un cliente más informado, más exigente y con la misma desconfianza de siempre hacia las entidades financieras; por el otro, unos bancos que ven reducir su principal fuente de ingresos, sujetos a una regulación cada vez más exigente y con una mala imagen que no son capaces de revertir. El panorama no parece muy halagüeño, desde luego.
Santiago de la Asunción Larios, profesional en investigación de mercados, Innovación y Customer Experience
Fuente: Blog AEDEMO
Para más información: leer el estudio de PWC sobre el futuro del sector financiero (pdf)