Normalmente, parece que siempre estamos escuchando, pero en realidad oímos y solo escuchamos activamente cuando prestamos atención a lo que nos están diciendo. Por eso, escuchar es mucho más que oír, es respetar a los demás, comunicar y amar.
Jaime Sanz Santacruz, acaba de publicar El valor de la escucha para el buen gobierno (Editorial Palabra), donde defiende que la escucha solo conlleva beneficios. Tras la lectura de estas páginas, este autor desea que «aprendas más de lo que escuches, escuches más y preguntes la opinión a los demás».
Cuando uno escucha siempre se interesa por lo que le están diciendo, en cambio, uno puede oír sin atender, e incluso pareciendo que muestra atención a lo que el otro le dice, pero no es así. Es lo que suelen preguntar las madres al hijo que no les hace caso. «Pero, ¿me estás escuchando?». No solo es una diferencia que podríamos llamar auditiva, sino que en el fondo cuando uno muestra interés por lo que le dicen desea aprender del otro, con lo que demuestra una actitud humilde, que busca aprender.
La clave para instaurar la cultura de la escucha está en una buena comunicación. Para comunicar mejor hay que ser concreto en los mensajes, comprensivo con la capacidad de entender del interlocutor -que quizá no tiene el mismo conocimiento del asunto que puedo tener yo – y abierto a una respuesta contraria, estando dispuesto a cambiar la propia opinión. Comunicar no es sólo transmitir el mensaje que quiero hacer llegar al otro, sino estar abierto a cambiar el mío con lo que el otro me diga. Esta apertura forma parte de lo que llamaríamos una escucha activa.
Cuando nos escuchamos unos a otros, mejora la convivencia y las relaciones personales se convierten en fluidas y auténticas. Poderse decir las cosas porque sabes que los demás las van a escuchar con interés (esto en realidad es una tautología), hace agradable las relaciones personales, enriquece una barbaridad a las personas que se enriquecen con los conocimientos y maneras de pensar del otro, y crea un clima de serenidad en los ambientes en los que uno se desenvuelve.
La empatía es un elemento esencial porque cuando te pones en el lugar del otro, entiendes mucho más lo que te dice y quiere transmitirte. Muchas veces, cuando no nos situamos en las circunstancias de la persona que nos habla, no acabamos de entender por qué piensa así, o tiene una determinada opinión. La comunicación se entorpece y las personas no se acaban de entender, porque falta comprensión. Las personas empáticas tienen un don excepcional para comunicarse con los demás; te entiendes mucho mejor con ellas porque dicen lo que piensan, y no tienen recovecos en su mente, con lo que transmiten mucho mejor las ideas y te entiendes con ellas. Escuchar mejor supone hacer un mayor esfuerzo por ser más empáticos.
Un buen líder -en el libro se trata del valor de la escucha para el buen gobierno-, es abierto y comunicativo, accesible y cercano, y no se rodea de un halo de infalibilidad en sus decisiones, que siempre le alejará de la realidad y es fuente de errores mayúsculos. Cuando en una empresa o en una organización, los que la dirigen son cercanos, piden opiniones a los que forman parte del grupo, y cuentan con ellas a la hora de tomar las decisiones, los que trabajan allí se sienten a gusto y se identifican con el propósito de la organización, porque la ven como algo suyo, en la que pueden intervenir.
Para mejorar nuestras habilidades de escucha desde la infancia, lo primero es escuchar y atender lo que nos dicen. A los niños les encanta que la persona mayor se ponga a su altura, hasta físicamente. Para hablar con un niño hay que agacharse. Cuando lo hacemos, notas que el niño o la niña atiende mucho mejor -de igual a igual-, lo que le dices. Además, cuando uno se siente escuchado, se siente querido, lo que es esencial en la educación de los más pequeños. Veo cada vez más gente que tiene heridas afectivas en ese sentido, porque cuando eran chicos sus padres no les atendieron lo suficiente. Escuchar es querer.
Fuente: Extracto de la entrevista de Hacer Familia con el autor.