Familias sensibles a las necesidades emocionales de sus hijos

No podemos hablar de Educación Emocional sin hacer referencia a uno de los expertos que más ha contribuido a la creación de este estilo educativo en nuestro país, Rafael Bisquerra, quien ya en los años 80 se percató de que las emociones eran importantes. En la actualidad está mucho más normalizado hablar de lo que sentimos, no solamente en las aulas, también en las profesiones sociosanitarias y en empresas. El psiquiatra Jose Luis Marín, por ejemplo, en una de sus conferencias dijo con respecto a la salud mental, “No es lo que te pasa, sino lo que te ha pasado. Si puedes expresar lo que sientes, ya no necesitas la somatización para hacerlo” y, por otro lado, con respecto a las empresas sabemos que los empleados emocionalmente inteligentes tienen más probabilidades de superar el estrés y alcanzar mejores objetivos financieros.

Hoy en día existen muchos cuentos y libros de divulgación científica que aportan consejos sencillos para educar desde el respeto, con propuestas educativas que promueven el diálogo, la escucha y la flexibilidad a la hora de educar, donde el autoritarismo y el permisivismo dejan de tener protagonismo para dar lugar a nuevas formas de educar, teniendo en cuenta el funcionamiento del cerebro, el temperamento o personalidad innata de cada niño y la creación de espacios seguros para favorecer un buen desarrollo integral. A esta nueva mirada se la conoce como Parentalidad Positiva, educar con la ciencia de la mano.

Podemos decir que Rafael Bisquerra fue una persona valiente que nos facilitó a muchos profesionales el acceso a un mundo emocional con grandes beneficios para la salud. Hoy en día podemos trabajar desde esta nueva visión y aunque no fuimos educados así ni  fuimos instruidos por la universidad en estos contenidos, gracias a que no hemos dejado de formarnos y actualizar nuestros conocimientos, hemos entendido que el niño necesita recibir algo más que un correctivo, que más allá de la conducta disruptiva hay una necesidad emocional para atender y que tan importante es un adulto afectivo como crecer en un entorno libre de violencia, adquirir experiencias educativas como límites seguros y sobre todo, contar con  buenos modelos adultos de los que aprender.

En aquel entonces, quien ahora es el presidente de la Asociación RIEEB – Red Internacional de Educación Emocional y Bienestar, se atrevió a alzar la voz para reivindicar la importancia de las emociones en nuestras vidas, pero no lo hizo de cualquier manera, utilizó la mejor arma, la ciencia y la investigación, se dedicó a generar evidencia científica para que sus hipótesis y teorías pudieran ser demostradas. Aunque cueste creerlo, en aquel entonces hablar de emociones era motivo de desprestigio en el mundo académico, pero eso iba a cambiar, algo estaba pasando en el mundo, estábamos despertando en distintos puntos del planeta a la vez.  En los años 90 Internet no era como ahora y no era fácil comunicarnos con otros países, pero en EE. UU. el famoso libro de Daniel Goleman, Inteligencia Emocional, fue un gran impulsor al cambio y en otros países europeos poco a poco se fueron publicando nuevos estudios y libros de divulgación científica que han contribuido a que seamos más sensibles a la dimensión emocional y que pedir ayuda psicológica haya pasado de ser un acto de vulnerabilidad a un acto de responsabilidad.

Ya no se ignora tanto a un niño cuando llora, ni se le dice que tiene que ser fuerte ni se le premia por no llorar, ahora entendemos que expresar las emociones es la base de una buena salud emocional. Quizá el problema ha surgido cuando de tanto hablar de emociones, nos hemos ido al otro extremo, hemos dejado de ser autoritarios para actuar de forma permisiva y sobreprotectora, siendo ambos extremos igual de perjudiciales para el desarrollo de la persona.

Podemos decir que la  Inteligencia Emocional ha entrado en las aulas mediante programas educativos que  favorecen las relaciones entre iguales combatiendo la violencia escolar,  ha entrado en los hospitales para ayudar a las personas enfermas a sobrellevar su proceso de curación, lleva muchos años en la empresa porque un trabajador que sabe gestionar su estrés y que se lleva bien con sus compañeros solicita menos bajas y desde luego está entrando en distintas esferas de la sociedad, en el deporte, en la justicia o en los medios de comunicación.

¿Y si está en tantos lugares por qué tenemos la sensación de que nuestra sociedad está en crisis? Porque el lugar donde está tardando en entrar es en la familia, hoy en día hablamos de tipos de familia, la nuclear o tradicional, monoparental, reconstituida, etc. pero no interesa tanto hablar de tipos sino de relaciones, por eso conviene preguntarse ¿cómo son las relaciones entre los miembros de una familia sea como sea la familia?

Son tantos los beneficios que se obtienen en la adolescencia si desde la infancia se adquieren competencias emocionales, que la familia ya no puede mirar para otro lado, la parentalidad positiva nos permite proteger las relaciones de la violencia y preparar a los niños para la vida. Podemos decir que si el cerebro necesita entre 20 y 30 años para madurar según nos dicen los neurocientíficos, tenemos muchos años para contribuir a crear un cerebro maduro, con muchas conexiones cerebrales que lo hagan fuerte y resiliente y por eso necesitamos crecer en entornos seguros y libres de violencia. La disciplina siempre tiene que generar aprendizajes positivos para la vida, tiene que generar confianza y no temor porque cuando se generan traumas o heridas emocionales la probabilidad de padecer trastorno mental en la vida adulta aumenta.

Para terminar, quiero nombrar a otro gran referente, David Bueno, un biólogo que suele explicar que los menores que no reciben estímulos ni apoyo emocional de sus padres, es decir que crecen sin cuidados de calidad, generan menos neuronas y conexiones neuronales que los que reciben estímulos y se sienten recompensados en lo emocional. La parentalidad positiva es el estilo educativo más empático, asertivo y democrático que existe hoy en día porque no se encuentra en los extremos como el autoritario o el sobreprotector, busca el punto medio intentando equilibrarse con lo que la neurociencia, la inteligencia emocional o la educación emocional sugieren. Por lo tanto, por todo lo expuesto con anterioridad, eduquemos con más ciencia y presencia, para que nuestros niños se conviertan en adultos sanos que a su vez generen nuevas generaciones sanas.

 

Leticia Garcés Larrea

Orientadora familiar en el centro de orientación Padres Formados en Navarra.

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