Infanticidio: una barbarie reinstalada

La reciente noticia sobre la legalización del aborto hasta el momento del parto en Inglaterra y Gales es un reflejo alarmante de la grave crisis y decadencia moral en la que se encuentra nuestra sociedad. Esta decisión, aprobada el 17 de junio de 2025, permite la interrupción del embarazo por cualquier motivo, incluyendo la selección de sexo y discapacidades.

Con esta legislación no solo se abre la puerta a la posibilidad de que se termine con la vida de un bebé justo en el instante de su nacimiento, sino que también plantea serias dudas sobre el valor de la vida humana hoy y el respeto por la dignidad de los más vulnerables.

La decisión de permitir el aborto hasta el momento del parto es un acto que deshumaniza a los no nacidos y la sociedad en general. Este enfoque radical hacia la mal llamada «interrupción del embarazo» se presenta como un avance en los derechos reproductivos, pero en realidad, es un retroceso en nuestra humanidad. Al legalizar el aborto en un momento tan crítico, se está normalizando una cultura de muerte que considera la vida de un ser humano como desechable en cualquier momento y por cualquier circunstancia.

La brutalidad de esta práctica radica en la profunda deshumanización que genera en la sociedad. Cuando se permite que un bebé sea asesinado en el momento de su nacimiento, se envía un mensaje claro: la vida humana tiene un valor relativo que puede ser desestimado por conveniencia. Esta deshumanización no solo afecta a los bebés, sino que también tiene repercusiones en la percepción que la sociedad tiene sobre la vida en general.

Ciertamente, el infanticidio ha sido una práctica extendida a lo largo de la historia, motivada por una combinación de factores económicos, sociales, culturales y religiosos. En civilizaciones como Grecia, Roma, China e India, el infanticidio era a menudo una respuesta a condiciones sociales y económicas adversas.

Esta práctica, así como la recién aprobada en Reino Unido y Gales, refleja una visión utilitaria de la vida humana donde el valor de un individuo se mide en términos de su contribución a la familia o a la sociedad.

La reducción del infanticidio fue un proceso gradual, influenciado en gran medida por la difusión de religiones monoteístas, como el judaísmo, el cristianismo e incluso el islam, que promovieron la dignidad de la vida humana y penalizaron acabar con la vida de los niños.

Los movimientos humanistas del Renacimiento y la Ilustración reforzaron aún más la idea de la dignidad humana, contribuyendo a la disminución del infanticidio en la sociedad.

Hoy –bajo la fachada de los derechos reproductivos– están resurgiendo esas terribles prácticas infanticidas. Y sí, la legalización del aborto hasta el momento del parto es, en esencia, una forma de infanticidio, ya que permite la eliminación de un ser humano que ya puede desarrollar su vida fuera del útero materno. Este acto no solo es un ataque a la vida, sino que también es un ataque directo a la moral de la sociedad.

La reinstalación de esta barbarie en nuestra cultura es un signo de una enfermedad social que no respeta la vida ni la dignidad de los individuos, convirtiendo la vida humana en un bien de consumo, evaluado únicamente en términos de conveniencia y deseo.

Además, la práctica del aborto, especialmente en etapas avanzadas del embarazo, conlleva serios riesgos para la salud de la madre. Los procedimientos abortivos tardíos son más complejos y pueden resultar en complicaciones físicas y psicológicas. Las mujeres que se someten a abortos en estas etapas pueden enfrentar hemorragias, infecciones e incluso daños en órganos reproductivos.

Psicológicamente, muchas mujeres que han pasado por un aborto tardío experimentan sentimientos de culpa, depresión y ansiedad. La sociedad debe cuestionarse si realmente está protegiendo a las mujeres al ofrecerles esta opción, o si, en cambio, las está empujando hacia un camino de sufrimiento, arrepentimiento y dolor.

En definitiva, la legalización del aborto hasta el momento del parto es solo la punta del iceberg en un tsunami de muerte que se avecina.

Este fenómeno no es exclusivo de un país o región; es un síntoma de una crisis global en la que se está perdiendo el respeto por la vida. La historia nos ha enseñado que cuando una sociedad comienza a desestimar la vida de los más vulnerables, el siguiente paso es la deshumanización de otros grupos. Las advertencias sobre el genocidio y la limpieza étnica son lecciones del pasado que debemos recordar y aprender.

La brutalidad de una sociedad que permite el asesinato de un bebé en el momento de nacer es un reflejo de una moralidad fallida. Debemos unir nuestras voces para rechazar esta cultura de muerte y abogar por una sociedad que valore y respete la vida en todas sus etapas.

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Así, según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), en los primeros cuatro meses del presente año han nacido en España un total de 103.884 personas. La cifra no es del todo mala, pues revela un ligero incremento, cercano al 1 %, respecto al mismo periodo de 2024.

Sin embargo, es prácticamente el mismo número que el de abortos provocados que se perpetraron en nuestro país en 2023 (103.097), a tenor de los últimos datos oficiales sobre abortos facilitados por el Gobierno, a través del Ministerio de Sanidad que rige la líder de Más País,

Fuente: El DEBATE

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