En nuestro país, uno se estremece cuando se leen las cifras de personas que se sienten solas, una de cada siete, y el gasto de 14 mil millones de euros al año, -gastos sanitarios, farmacológicos, menor productividad-, que supone según el Observatorio Estatal de la Soledad no Deseada (SoledadES). Estos datos hacen pensar que la soledad es una “enfermedad silenciosa” que acecha a todos los grupos sociales, ya que casi el 39% de las personas entre 16 y los 34 años se sienten solas, el porcentaje pasa a ser del 20% entre los mayores de 65 años, el 13,2 % de entre 35 a 44 y el 12,1 % entre 45 a 54 años.
Estos datos presentan la soledad no deseada como uno de los males de nuestro siglo, que habrá que combatir por los efectos negativos que provoca, tanto en las personas y la sociedad, como en la economía. Las personas sufren mucho, la mayoría acaban siendo víctimas de algún trastorno mental que les impide desarrollar su vida con normalidad y les obliga a buscar ayuda asistencial para superarlo. Lo que acarrea pérdidas económicas porque las personas que se encuentran en esta situación son gravosas económicamente al ser menos productivas y consumir más recursos.
El Reino Unido y Japón son dos de los países que han detectado los problemas de esta “enfermedad silenciosa y han establecido distintas medidas sociales para paliarla. En el primero de estos países, Theresa May apuntaba que “para muchas personas la soledad es la triste realidad de la vida moderna” y anunciaba la creación del Ministerio de la Soledad, ya que 9 millones de ingleses se sentían solos. En Japón, las autoridades se dieron cuenta de que las cárceles se estaban llenando de ancianos que cometían delitos con el único objetivo de tener un techo, comida y compañía. También, en EEUU alrededor del 38% de la población dice sentirse sola.
Para combatir o paliar los efectos negativos de la soledad no deseada tenemos que pararnos a analizar sus posibles causas para así poderla gestionar adecuadamente y aplicar los antídotos, personales, familiares, sociales, sanitarios, (…), necesarios para superar sus efectos nocivos.
La causa que señalan muchos expertos, sociólogos y psicólogos, entre otros, es el desmembramiento de las familias o la ruptura de los vínculos familiares, por otra parte, existe un porcentaje de personas que sufren aislamiento por su nivel social, su enfermedad o por su discapacidad. Estos últimos son factores de riesgo para quedarse solo. Muchos ancianos se sienten solos porque no tienen familia, tuvieron pocos hijos o ninguno, o tuvieron una familia sin lazos estables y duraderos, sino frágiles y temporales, porque quizá priorizaron el bienestar y la productividad por encima del deseo de formar una familia estable. En España, y otros países europeos, 2 de cada 3 familias tienen un hijo único. Estas mini-familias, short families, propician la soledad entre las distintas generaciones.
Las causas apuntadas dañan a las personas, puesto que somos seres sociales, vivimos en sociedad y la necesitamos para crecer. Las necesidades del ser humano no son solo materiales, sino psicológicas y espirituales. La cédula básica de la sociedad es la familia en la que nacemos, crecemos, nos cuidan y, en la que, más adelante, pasamos a ser los protagonistas del cuidado. Las relaciones inestables y líquidas son un caldo de cultivo donde se asienta perfectamente la soledad.
Estoy convencida de que, solo fortaleciendo a la familia, y redescubriendo que esta ha sido el pilar de la sociedad durante miles de años, se podrá paliar esta enfermedad. El ser humano para resurgir necesita el apoyo de su familia, ya que el mejor antídoto de la soledad es el amor y para ser feliz hay que “Querer y ser querido”, es el binomio de la felicidad.
Por otra parte, en estos momentos la soledad afecta doblemente a los jóvenes que a los mayores. Los jóvenes suelen aislarse con el uso de las redes sociales, viven hiperconectados, pero tienen dificultades para relacionarse “cara a cara” o presencialmente. La digitalización les ha hecho perder la noción de las relaciones verdaderas, sus relaciones están vacías de conocimiento, de afecto, (…). Como señala María Rodríguez Olaizola en su libro Bailar con la soledad, los jóvenes, de hoy en día, no tienen referentes generacionales, por lo que les resulta más difícil “identificarse con el otro, conocerse y reconocerse”. Además, los intentos de suicidio han aumentado considerablemente entre ellos, porque les pesa la soledad, porque huyen del sufrimiento y de la imperfección, (…) y porque la sociedad les presenta el placer como la única vía para alcanzar la felicidad.
Hay que gestionar la soledad no solo como un problema social y de salud pública, sino que cada uno, responsablemente, ha de mejorar sus recursos personales. Las soledades no deseadas y mal gestionadas nos deshumanizan y nos dañan. Pero hay soledades buenas o bien llevadas, que nos ayudan a madurar y nos ayudan a ser felices.
Si queremos un mudo mejor, todos podemos llevar a cabo pequeñas acciones para paliar los efectos de esta enfermedad silenciosa, siempre podremos acompañar a una persona mayor, orientar a un joven o escuchar a un desfavorecido, etc., bastará poner imaginación y agrandar nuestro corazón. Para transformar este mundo necesitamos tener una mirada esperanzada y compasiva, solo así podremos cambiar lo que no funciona a nuestro alrededor. A por ello.
Ex-catedrática de la Universidad de Alcalá
Este es un resumen de un artículo publicado en El Confidencial Digital