Algunas veces leyendo textos de gente bien intencionada tengo la impresión de que, en términos generales, se tiene una visión muy limitada de la ética. Algo así como si la ética fuese “no hacer cosas malas” y nada más: una vez asegurado que no hacemos nada malo, ya nos podemos dedicar a otras cosas. La ética tendría como única función establecer unos límites que no deben traspasarse, pero ahí acabaría su función.
La ética sería algo así como un gendarme, que vigila las fronteras; o un viejo cascarrabias que va recordándote siempre lo que no puedes hacer. Una visión así de la ética, desde luego, no emociona ni motiva a nadie.
Friedman tenía muy claro que la empresa debía desarrollar su actividad dentro del respeto de las leyes y costumbres de su tiempo y de la sociedad donde actúa. No se trata de enriquecerse a cualquier precio; hay límites que no hay que traspasar: no se puede engañar, no se puede defraudar,
Actuar de acuerdo con esta norma de conducta ya es un gran avance. El mundo iría mejor si todo el mundo cumpliese con unos mínimos éticos, y la gente y las empresas no estuviesen dispuestas a mentir, engañar, defraudar,… por llevarse contratos, realizar ventas, generar valor,… Pero, ¿es eso todo?, ¿se acaba ahí la ética?
Para Friedman y los que piensan como él la ética no tiene nada más que decir una vez ha marcado esos mínimos que deben cumplirse: “Vale. Ya te hemos escuchado y te hemos hecho caso. Ahora, déjanos tranquilos, que tenemos otras cosas más importantes en las que pensar”. Para ellos, la ética es una nota a pie de página, un “disclaimer” para protegerse de quejas y reclamaciones.
Pero la ética es mucho más que esto. El gran principio de la ética es: “Haz el bien”. Efectivamente, “evita el mal” es una consecuencia de ese primer principio; pero lo importante no es “evitar el mal” sino “hacer el bien”. La ética no es un gendarme que nos controla; es más bien un “personal trainer” que nos anima y nos empuja a hacer las cosas cada vez mejor. A la ética no le interesa discutir entre lo que está bien y lo que está mal (aunque esto es lo que provoque más morbo), sino entre lo que está bien y lo que puede estar mejor.
Cuando la ética se percibe así, de pronto se ve toda su grandeza y todo su atractivo; y, al mismo tiempo, toda su utilidad práctica. La ética no es una nota a pie de página, sino que está en el centro del discurso; no es un disclaimer, sino que tiene toda la fuerza de la argumentación. La ética no limita la acción sino que promueve la creatividad: “¿Qué más podemos hacer que sea mejor y que nos haga mejores?”
Hace unos días Alainde Botton publicaba un artículo en el Financial Times en el que proponía que los filósofos debían tener un sitio en los consejos de administración de las empresas, y utilizaba argumentos semejantes. La pregunta sobre qué hace que una vida pueda considerarse una vida buena no está tan lejos de la pregunta sobre cómo satisfacer las necesidades de la gente. La ética –entendida desde esta forma positiva- ayuda a enfocar los problemas desde una perspectiva nueva:
“Con una adecuada perspectiva filosófica respecto a las necesidades de los consumidores, las empresas puedenempezar a ver nuevas oportunidades de mercado, en vez de limitarse a jugar con márgenes, salarios y logísticas” [traducción mía]
No nos conformemos con cumplir unos mínimos; no pongamos nuestra lucha en los límites de lo que está bien o está mal, de lo que es legal o ilegal. Demos estos mínimos por garantizados, y pongamos nuestras energías en cómo hacer mejor las cosas, y, sobre todo, en cómo hacer cosas mejores.
[Una versión en inglés de este artículo fue publicada en el blog del Departamento de Etica del IESE]