La importancia de la prudencia

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Pararse a pensar, escoger el camino, pasar a la acción. Tres momentos esenciales que dan forma a la prudencia, la virtud necesaria para hacer el bien en el único lugar real: aquí y ahora.

La prudencia es la virtud que conecta nuestro obrar con la realidad: prudente es el hombre a quien las cosas le parecen como realmente son. Al estudiar detenidamente la prudencia, santo Tomás de Aquino distingue en ella tres actos: deliberación, decisión e imperio. Los dos primeros se dan solamente en nuestra razón; el tercero, en cambio, nos lleva a la acción.

Para actuar bien es preciso pararse a pensar en la situación, con una escucha atenta y fiel al ser de las cosas; traer a la memoria casos similares, para sacar experiencia; dejarse aconsejar por los demás, porque, como también dice santo Tomás, «en las cosas que atañen a la prudencia nadie hay que se baste siempre a sí mismo».

Por eso, hay que estudiar detalladamente los asuntos antes de tomar una decisión, escuchando a todas las partes implicadas y evitando la precipitación. También se debe acudir a otras personas que nos pueden ayudar, como un mentor o quienes comparten con nosotros la responsabilidad de una decisión

La deliberación no puede proseguir indefinidamente. Porque la indecisión es otra forma de imprudencia, que hace estéril la reflexión previa: de nada sirve discernir cuál es la línea de actuación más virtuosa, si luego no me decido por ella, ya sea porque no me apetece, por el «qué dirán», por miedo a equivocarme o por cualquier otra razón. De nada sirve saber qué es lo mejor, si no me decido a hacerlo.
Pero no basta deliberar y decidir: es necesario pasar a la acción. En esto consiste el tercer y último momento de la verdadera prudencia, el imperio o ejecución, del que dice santo Tomás, que es el más importante, porque de nada vale conocer el camino si no se lo recorre.

Se puede ser imprudente no solo por precipitación o por indecisión, sino también —es más frecuente de lo que parece— por detenerse ante los obstáculos o por la negligencia al omitir lo que se debe hacer, muchas veces por algo tan sencillo como el simple olvido.

Los retrasos innecesarios en la ejecución de lo decidido pueden, además, hacer daño a los demás: particularmente si se tiene una tarea de formación o de gobierno, como los padres respecto a los hijos, o los jefes respecto a los subordinados. Se requiere fortaleza para superar los miedos, la tentación de hacer lo más cómodo o el apego excesivo a la propia imagen.

Este artículo se publicó en el Diario de Almería

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1 comentario en “La importancia de la prudencia”

  1. Carlos Solis

    Ya decía alguien (que en este momento no recuerdo) algo así como: «La prudencia es la hermana gemela de la sabiduría». Creo que lo dice todo.

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