Nuestra época ha recibido muchos nombres. La era digital, de la atención, de la posverdad; la sociedad líquida, del espectáculo, del cansancio, del burnout. Pero, si se tuviera que englobar en un solo término, quizás el más acorde sería la «sociedad del rendimiento». Hoy se habla de mejorar el rendimiento económico, el rendimiento académico, el rendimiento mental, el rendimiento deportivo e incluso el rendimiento sexual. La máxima es hacer mucho con poco. Hacer muchísimo con lo mínimo. Optimizar. Hacer que rindan el tiempo, el cerebro, los recursos. Que la hipérbole sea la norma.
Seres humanos híper-híper —hiperconectados, hiperinformados, hiperrendidores e hiperoptimizados (o desesperados por serlo)— corren sin pausa como una «máquina de rendimiento autista», por usar las palabras de Byung- Chul Han.
Para el filósofo coreano, la sociedad contemporánea pasó de ser una sociedad disciplinaria (donde la presión venía de afuera) a una sociedad del rendimiento (donde la presión viene de adentro). El animal laborans no necesita que nadie sostenga el látigo: emprendedor de sí mismo, se autoexplota.
El homo agitatus, Jorge Freire dixit, se consagra a la agitación y a la hiperactividad, debe «rendir siempre, no rendirse nunca». Se lleva al límite —físico y mental— y se funde por sobrecalentamiento. De tanto «ponerse las pilas», el mecanismo colapsa, se quema. De allí su nombre: burnout. Agotado, el individuo actual sufre de un exceso de potencia; tiene prohibido no poder. Dale, tú puedes, si no puedes es porque no quieres, just do it.
El no se puede no poder ha llevado a lo que en inglés se conoce como bootstrapping, la idea de que todo el mundo es (o debe ser) capaz de mejorarse a sí mismo y a sus condiciones mediante la disciplina y sin ayuda de nadie. Así, se ha construido una cultura del sobreesfuerzo que no solo presiona y exige superarse constantemente, sino que, además, atribuye la pobreza a la falta de esfuerzo.
Ese ha sido el caldo de cultivo para la proliferación de lo que se ha llamado los productivity bros, que, según los describe la artista, escritora y docente de la Universidad de Stanford Jenny Odell, es «gente que hace vídeos para gente que hace vídeos» sobre rigurosos hábitos matutinos, tips de gestión personal y fórmulas mágicas de optimización del tiempo. Influencers que se hacen ricos sosteniendo «la idea de que una persona puede ser al mismo tiempo quien se libera y sobre quien se ejerce el dominio». Hay entonces una retórica de autodominio y autovigilancia que llama a estar constantemente revisando el propio rendimiento, ya sea con hojas de cálculo, apps repletas de viñetas, checklists de optimización o poniéndose notas. Porque siempre hay más éxitos por conseguir, más minutos por optimizar, un cuerpo más esbelto por esculpir y, en general, cualquier otra cosa nueva por tener.
Por supuesto, no hay duda de que para cumplir los propios objetivos se requieren ciertas dosis de esfuerzo. Sin embargo, el punto de la hustle culture es que nunca se llene la brecha entre lo que se es y lo que se podría llegar a ser. Que esa brecha se vuelva insalvable.
Fuente: fragmento del artículo: La sociedad del rendimiento