Algunas de las características de las sociedades occidentales son la caída del compromiso en grandes ideales, la reivindicación infinita de derechos y el desprecio de las obligaciones y responsabilidades. La persona no quiere asumir las consecuencias de sus actos. El individualismo rampante provoca que los ciudadanos, lejos de ver el bien común y luchar por él, se queden únicamente en la búsqueda de sus deseos y caprichos.
Vivimos en una cultura que se mueve por caprichos y antojos variopintos, hechos “a la medida” de cada individuo. Una sociedad que ha pasado del racionalismo del “pienso, luego existo” de Descartes al “deseo, luego existo”, desechando del todo la moral y la razón. Es la tiranía del emotivismo. Es una consecuencia lógica de la llamada “dictadura del relativismo”, de la que tanto alertó en su día Benedicto XVI.
La sociedad ha sido permeada por un espíritu blandengue, superficial, perezosa para razonar y, ni qué decir, incapaz de comprometerse con nada que vaya más allá de lo que apetece o se desea. El emotivismo ha borrado de nuestra memoria que a veces hemos de cumplir con nuestras obligaciones, aunque no sintamos nada al hacerlo, y que algunas cosas hay que hacerlas no porque yo me sienta inclinado a hacerlas, sino simplemente porque son mi deber.
Nuestros comportamientos tienen que ser dirigidos principalmente por la inteligencia y la voluntad y no solo por las emociones y sentimientos. La falta de reflexión y valoración de lo que hacemos, favorece que las personas sean más manipulables y se animalizan. También implica un mayor consumismo, ya que los consumidores compran por capricho, porque le atrae algo, por su color, por su envase, porque está de rebaja o simplemente porque les apetece. El comportamiento del consumidor es más emocional y menos racional.
El emotivismo se considera una teoría ética que busca comprender la moralidad desde una perspectiva emocional. Según esta corriente filosófica, los juicios morales no se basan en hechos objetivos o en la razón, sino en las emociones y los sentimientos de las personas. (ver el artículo: La ética del emotivismo: una visión emocional de la moralidad)
Sin embargo, se percibe una reacción contra esta corriente de pensamiento. Frente a una vida centrada en el yo, se reivindica la alternativa de tener un propósito en la vida y la celebración de lo bello y lo bueno. Por ejemplo, la belleza de la familia, entre tanta soledad e individualismo, es una muestra de alternativa, porque son cada vez más los que se lamentan de no haber tenido aquello que vivieron en su infancia o que ven en familias felices y estables, porque más allá de las emociones buscamos la estabilidad en lo bueno.
Fuente: Artículo publicado en la edición número 69 de la revista Misión,
Ver también: Horizontes para superar el emotivismo actual