Una de las razones más invocadas para legalizar la marihuana es la de arrebatar el mercado a los narcotraficantes y gravar con impuestos este negocio. El cannabis vendido sería más seguro y los consumidores no tendrían que entrar en contacto con la distribución clandestina. Suena bien. Pero la experiencia de algunos países que han legalizado el cannabis demuestra que el mercado negro es un competidor tozudo. Así lo está experimentando Canadá, que dio carta blanca a la marihuana hace seis meses.
El primer efecto de la legalización ha sido, como cabía esperar, un súbito aumento de la demanda. Si se envía el mensaje de que el cannabis es un producto más en el mercado, sus consumidores ya no serán solo los habituales, sino también otros nuevos atraídos por la novedad y que antes eran frenados por el temor a introducirse en la ilegalidad. Por el momento, el resultado ha sido que los productores legales han sido incapaces de responder a la demanda. Aunque Canadá disponía ya de empresas que hacían negocio con la “marihuana terapéutica”, y que han reforzado ahora su producción con la legalización del cannabis con fines recreativos, aún no han sido capaces de proporcionar todo lo que el mercado pide.
El resultado es que, según cifras del propio gobierno, las ventas en el mercado negro suponen unos 5.000 millones de dólares canadienses, mientras que las ventas en el sector legal están por unos 2.000 millones.
Es verdad que el aprovisionamiento suficiente puede ser cuestión de tiempo. A medida que la industria del cannabis atraiga inversores y mejore su distribución, es de esperar que pueda cubrir la demanda e incluso crearla, al igual que ya hizo la del tabaco.
Pero el reparto de ventas entre el mercado legal y el clandestino también depende de la calidad y del precio. Por lo que se refiere a la calidad, los consumidores expertos opinan que el cannabis legal no está a la altura del que puede conseguirse en el mercado negro. Las exigencias legales obligan a que su contendido en THC no supere cierto nivel, insuficiente para los que están acostumbrados a una experiencia más “fuerte”. Dicen que es como tomar cerveza ligera en vez de una cerveza de verdad.
En cambio, el precio del cannabis legal sí que es una experiencia verdaderamente fuerte. Según el Instituto de Estadística de Canadá, el cannabis en el mercado negro es un 36% más barato que en el sector legal. Como los productores en el mercado ilegal no tienen que preocuparse por las complejas regulaciones de seguridad y control de los productores con licencia, pueden ofrecer precios más bajos. Y también pueden eludir los impuestos, en los que confía el gobierno para sacar partido de esta nueva industria. Se empieza a ver que, como ha pasado también en California, si el Estado carga la mano en este nuevo “impuesto del pecado” está empujando a los clientes hacia el mercado negro.
Por el momento, más que desplazar al mercado negro, la legalización ha conseguido crear un “mercado gris” en el que operan abiertamente productores sin licencia que no se preocupan de cumplir los requisitos legales. Ellos venden también marihuana en forma de hachís y de productos comestibles, cosa que todavía no se permite en el sector legal.
Parece que, para que el cannabis legal sea competitivo, tiene que adaptar sus características a las del mercado negro: reforzar su potencia (y por tanto su peligrosidad), flexibilizar su regulación, bajar los precios y aligerar su carga fiscal. Al final quizá pueda conseguirse que el mercado legal acabe con el clandestino, siempre y cuando se comporte igual que él.
Fuente: Blog de Ignacio Aréchaga (Aceprensa)