Hay directivos que reconocen los errores cuando se equivocan y otros a los que nunca se les pasa por la cabeza que han podido equivocarse. Los primeros son directivos humanizados que inspiran confianza en su gente y los segundos inspiran temor.
El directivo que nunca se equivoca y siempre tiene razón es injusto, pues sus errores siempre los atribuye a los demás. Inspira temor porque al saberse él libre de error no es comprensivo con las equivocaciones de sus subordinados. Esta actitud con su gente les aboca a la soledad. Su gente le rehúye, pues no quieren ganarse una bronca que con frecuencia es arbitraria e injusta (en la mili se decía “del jefe y del mulo cuanto más lejos más seguro”). Claro que como no conciben una relación de confianza, esta soledad la ven como una situación natural y en ningún caso anómala.
El directivo que cuando se equivoca lo reconoce es un directivo cercano. Los demás lo ven más igual a ellos. Genera distensión. Sus subordinados viven con la tranquilidad de saber que pueden equivocarse, porque su jefe les comprenderán. Cuando un jefe pide perdón por algún error concreto, gana mucha autoridad entre su gente. Todavía no sé de nadie que haya pedido perdón a otro por algo concreto y no haya sido comprendido y perdonado. Pedir perdón mejora las relaciones humanas. Esto hay que tenerlo en cuenta tanto en las relaciones profesionales como dentro de la familia.