Desde el 8 de mayo del 2025, el cardenal Robert Francis Prevost será conocido con el nombre de León XIV. En el momento mismo en que un nuevo papa acepta su elección, debe tomar ya su primera decisión, respondiendo a la pregunta: “¿Cómo deseas ser llamado?” La elección de ese nombre no es un mero formalismo, sino un acto cargado de historia, referencias y mensajes. ¿Qué nos dice el de León?
Antes que Robert Francis Prevost, otros trece pontífices han llevado este nombre. Es el cuarto más popular en la historia de la Iglesia, después de Juan (21 papas), Gregorio (16) y Benedicto (15), y empatado con Clemente (14). Hay que puntualizar que la numeración no siempre ha sido exacta, lo que explica que hubiera pontífices con el nombre de Juan XXIII o Benedicto XVI a pesar de que, técnicamente, los números no cuadraban. Y León es un nombre que han elegido algunos de los líderes más importantes de la Iglesia católica, para bien o para mal.
León XIII (1878–1903) fue el último papa con este nombre hasta la elección del actual, y uno de los más influyentes del siglo XIX. Autor de la encíclica Rerum Novarum («Sobre las cosas nuevas»), se le considera el padre de la llamada “doctrina social de la Iglesia”: intentó reconciliar la Iglesia con el mundo moderno, abordando las cuestiones laborales, defendiendo los derechos de los trabajadores y planteando el nuevo papel de la Iglesia en la era contemporánea. Su nombre está hoy muy bien valorado por sectores reformistas y sociales del catolicismo.
Los analistas especializados en el Vaticano opinan que lo más probable es que se haya fijado en el último, León XIII. Este pontífice es una figura profundamente asociada con la justicia social, pero también con la modernización prudente de la Iglesia, un mensaje de equilibrio entre la actitud reformista de Francisco y un perfil más diplomático y conciliador en contraste con este, cuyas críticas a los líderes políticos a menudo no sentaron bien a los aludidos.
Así pues, escoger el nombre de León puede indicar una continuidad con los esfuerzos de Francisco, pero a través de una reforma tranquila y sólida, algo que puede verse favorecido también por no ser excesivamente mayor para los estándares de un pontífice actual (este septiembre cumplirá 70 años) y, por lo tanto, tener la posibilidad de un papado largo. La elección de una figura de puente entre la tradición y los desafíos actuales, tal como hizo León XIII en su tiempo con los cambios del siglo XIX, era una idea que resonaba con fuerza desde la muerte de su predecesor: habrá que ver, por supuesto, cómo navegará a través de los desafíos de la Iglesia moderna.