Hoy en día, una de las “palabras clave” de este mundo globalizado es sostenibilidad. Esta palabra parece tener la magia suficiente para conquistarnos y hacernos creer que solo impulsando la sostenibilidad seremos felices y salvaremos el mundo. Esta forma de pensar le otorga a este término un cierto carácter mesiánico que atrae.
La sostenibilidad es el desarrollo que asegura las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones, garantizando el equilibrio entre el crecimiento económico, el cuidado del medio ambiente y el bienestar social. Para alcanzar el desarrollo sostenible hay que armonizar estos tres aspectos que constituyen sus pilares fundamentales.
Desde hace meses, aunque puede resultar complejo, estoy pensando en relacionar o enfrentar sostenibilidad y bondad. Una posible forma de hacerlo es considerar la sostenibilidad como un proceso dinámico que busca el equilibrio entre el bienestar humano y el respeto al medio ambiente, y la bondad como una virtud que implica actuar con benevolencia, generosidad y compasión hacia los demás seres vivos. No obstante, esta relación no es siempre evidente ni sencilla, ya que existen diversos factores que dificultan la consecución de la sostenibilidad y la bondad en un mundo globalizado, diverso y desigual. Por ejemplo, algunos autores consideran que la idea de desarrollo sostenible puede ser utilizada para justificar intereses particulares o políticas contradictorias, lo que es contrario al bien común. Sin embargo, la bondad es un valor universal, y justamente al ser un valor, más allá de una cualidad, no da lugar a equívocos, interpretaciones sesgadas o a confusiones.
Por ello, me atrevo a apostar por la bondad frente a la sostenibilidad, ya que la bondad es la inclinación natural para hacer el bien. Entre los filósofos hay diversas formas de definir la bondad, por ejemplo, para Sócrates: “la bondad consiste en la sabiduría, en saber obrar, en entender” y para Aristóteles: “la bondad es la determinación de la voluntad para hacer el bien a los demás, (…)”. Además, la bondad se identifica con algunas de sus manifestaciones, a saber: amabilidad, afabilidad, generosidad, solidaridad, (…), y, por otro lado, algunos de sus sinónimos son: amor, servicio, caridad, justicia, (…). Esto nos muestra el inmenso valor “per se” de esta palabra, valor reconocido por todas las civilizaciones.
Con frecuencia me pregunto, por qué hemos depositado la confianza en el desarrollo sostenible, para garantizar un mundo mejor para todos, en lugar de confiar en el ejercicio de la bondad, propio de nuestra gran tradición cristiana y de la sabiduría popular como nos recuerda el dicho popular: “haz el bien y no mires a quien”.
Las personas pueden trasformar el mundo haciendo el bien, para esto hay que considerar el gran potencial de la bondad, en todas sus dimensiones, o del ejercicio del bien. Además, el trabajo bien hecho garantiza un buen desarrollo económico y social. Por otra parte, el bien social empieza por el bien de las familias, ya que la familia es la célula básica de la sociedad.
También podemos pensar que el ecosistema de este mundo es la unión de los distintos ecosistemas personales dinámicos. Cada uno de estos, en esencia, tiene una triple dimensión: la personal y familiar, social y ambiental, aunque también podría decirse que cada ecosistema personal es multi-radial, ya que cada persona interactúa con muchas personas y muchos entornos naturales. Si cada persona se comprometiese a cuidar y mejorar su propio ecosistema se conseguiría un mundo mejor, tanto para las personas y demás seres vivos, como para los distintos medioambientes de este mundo.
La clave está en saber cómo podemos hacer el bien o ser más bondadosos para conseguir un mundo mejor. Hemos de ser conscientes de que, en general, la bondad se resume en dar a los demás sin esperar nada a cambio. A veces, la bondad se asocia con debilidad, a nadie le gusta ser «el buenecico», de quien todo el mundo se aprovecha. En estos casos, se nos olvida que la bondad exige fortaleza para controlar el carácter u otras limitaciones y transformarlos en mansedumbre. El bondadoso tampoco es condescendiente con las injusticias o indiferente ante la conducta de los que nos rodean.
Nos ayudará ser conscientes de que ser bondadosos perfecciona nuestro espíritu, porque sabemos dar y darnos sin sentirnos defraudados, apoyando a todos los que nos rodean. La persona bondadosa, tiene tendencia a ver lo bueno de los demás, porque evita tener “prejuicios sobre los comportamientos de los demás, y es capaz de “sentir” de alguna manera lo que otros sienten, ofreciéndoles soluciones. Hay estudios que muestran que el 90% de la población cree que los actos de bondad sacan lo mejor de uno mismo.
Catedrático de la Universidad de Alcalá
Este artículo fue publicado en El Confidencial Digital