¡Que no nos roben la Navidad!

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En Navidad no celebramos el nacimiento de una utopía, o de una doctrina, o de una moral, o de una ética, y mucho menos de una ideología, ni siquiera de una visión de la realidad. En Navidad celebramos el nacimiento de una persona, de un ser humano, como la copa de un pino. De un ser humano que para muchos no es nada más y nada menos que el mismo Dios. El que ES, como se autodefinió en la zarza ardiendo de Moisés. Solo Él ES y por Él todo lo demás. Y por eso nos puede revelar como es Dios, porque Él mismo es Dios, un misterio que hasta que Jesús nació nadie conocía.

Sobre las palabras y los actos de Jesús se construyó una civilización que ha llegado hasta nuestros días y que, a pesar de sus momentos oscuros, ha supuesto una etapa de prosperidad en todos los órdenes para los seres humanos. De esa civilización, llamada cristiana u occidental, quiero destacar dos grandes aportaciones: la defensa de la dignidad humana y la compasión hacia otros seres humanos, que hoy en día vuelven a estar en riesgo.

Los seguidores de Jesús, desde muy pronto, quisieron festejar y rememorar todos los acontecimientos de su vida, porque con todos ellos Dios hablaba y se revelaba a los hombres. Y desde muy pronto la celebración de la Navidad se asoció a las reuniones familiares, con buena comida, villancicos y generosidad hacia los más necesitados. Y sobre todo consiguió ser una fiesta superpopular en todo el mundo que a pesar de los intentos de ser erradicada no han conseguido erradicar de la cabeza y el corazón de las personas. Pero, ¡quien no va a querer celebrar la vida y el nacimiento de un niño indefenso que trajo la alegría al mundo!.

Corría el año 1647, cuando Cromwell consiguió que el Parlamento británico prohibiera la Navidad. Se obligó a la apertura de las tiendas durante esos días festivos, se prohibió la asistencia a celebraciones religiosas, las decoraciones navideñas, los villancicos, el intercambio de regalos, el consumo de alcohol e incluso la fabricación de los tradicionales mince pies, un dulce típico de la Navidad británica. Para dar ejemplo, el propio Parlamento celebró sesión en el mismo día de la Navidad desde el año 1644 hasta 1656.

Estas medidas produjeron disturbios y enfrentamientos en muchas ciudades. En el propio Westminster, varias personas fueron arrestadas al participar en una celebración religiosa y el alcalde de Londres fue agredido mientras intentaba arrancar adornos navideños. En Norwich los disturbios ocasionaron la explosión de un almacén de municiones, provocando la muerte de cuarenta personas. El pueblo se resistía a que le quitaran la Navidad y por fin pudieron recuperarla en 1660, tras la muerte de Cromwell.

Pero más adelante, ya en la Revolución Industrial, también se atacó esta festividad con unos argumentos muy parecidos. Como que dejar de trabajar con ocasión de la Navidad, era un despilfarro inadmisible en el siglo de la productividad. Era un momento donde miles de personas abandonaban sus pueblos para ir a trabajar a las grandes ciudades fabriles, abandonando también sus tradiciones por el camino. En muchas fábricas eran reacios a dar días festivos, y aún menos retribuidos. Además, las largas jornadas, los salarios bajos y las míseras condiciones de vida hacían que la celebración de la Navidad fuera quedando arrinconada.

Un viaje de Charles Dickens a Manchester en octubre de 1843, le permitió ver de primera mano la situación de las familias obreras, lo que le decidió a escribir un relato que iba a rescatar y dar nuevo vigor a la Navidad. “Cuento de Navidad” fue publicado el 19 de diciembre de 1843, lo que provocó una auténtica fiebre navideña en todo el mundo.

Mientras en el mundo exista esperanza, ilusión, ternura, sencillez y humildad, habrá Navidad. Que no te la roben.

Francisco Manuel Boza González

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