Hace años organizamos un Congreso en IPAO sobre la familia, nuestro tema favorito, y la fragmentación del conocimiento que se veía venir… Ahora, volviendo la vista hacia atrás, se está produciendo ese fenómeno sin apenas darnos cuenta. La realidad la percibimos fragmentada, a golpe de estimulo…, así como muchos saberes.
Estamos sumergidos en ruido. Ruido de todo tipo: de las redes sociales presentes por doquier…, de las series, que a veces devoramos, de la calle… Todos gritan para suscitar la atención. Un escenario de postureo y un aparentar casi sin límites que se pierde las «raíces» que sustentan una vida.
Somos presas de los mil estímulos que suceden a nuestro alrededor, y nos «persiguen», pues los algoritmos saben qué nos gusta y cómo engancharnos en «un sinfín de scroll»… intentando encontrar algo que nos sorprenda. Y eso aumenta el estrés y la ansiedad. Hasta el sueño.
Con ruido constante no se puede pensar con claridad. Y todo esto engancha, porque es más fácil sentirse seducido por cosas que nos atraen…, cual imán, que atreverse a pensar por cuenta propia, ver qué debo hacer, y luego planearlo y usar la voluntad para hacerlo real.
El cerebro, con la corteza prefrontal, se ve afectado… Cambian las conexiones, y se fragmenta la atención. Disminuyen los circuitos y sinapsis neuronales, el pensamiento se va debilitando, y se hace más superficial. La voluntad no se ejerce…, el autocontrol falla, y lo que no se usa se acaba por perder. Cada vez que nos dejamos seducir, cuenta.
Además, estamos relegando las relaciones personales, la amistad, el amor… Algo que pasa factura, pues somos seres relacionales, creados para realizarnos precisamente en esas relaciones interpersonales, fuente de motivación y mejora personal. En ellas se secretan sustancias neuroplásticas, tan interesantes y necesarias para nuestro cerebro… Y nos conformamos con amigos virtuales y likes, que hacen una subida de dopamina en cada interactuación, pero no nos llenan…, ni nos ayudan o acompañan. Pero producen adicción. Y la persona se «construye» y mejora con el trato personal.
De este modo, «vendiendo» nuestra atención al mejor «postor»: a los algoritmos que están detrás de todo lo virtual, y perdiendo capacidad de pensamiento hondo, reflexivo, de discernimiento analítico y crítico, tan necesarios para llevar el timón de la vida.
Asimismo, disminuye la creatividad, tan característica de la persona, que viene con los genes… Nos lo dan todo hecho, y no hay que esforzarse.
Nuestro ámbito de percepción se va reduciendo al consumo de estímulos atrayentes, redes, series, scroll, vídeos a velocidad aumentada, cortos insulsos que entretienen, pero crean adicción, especialmente en los más jóvenes…, cuyo cerebro está por madurar. Y acaban saturados de todo esto, vacíos tantas veces, aislados, sin un sentido hondo de la vida. Secuestrada su atención, sus intereses.
Puesto que, la tecnología, con palabras de Daniel Goleman, «adueñándose de nuestra atención, entorpece las relaciones personales”.
La rapidez e inmediatez de las pantallas no deja calma para pensar, para conocerse, para reflexionar o planear objetivos relevantes. Vacía el pensamiento.
De este modo anodino se está poniendo de moda la «cultura light», de la prisa, de lo rápido, de lo fácil, no la auténtica cultura del esfuerzo por algo valioso que uno se propone según sus cualidades, sueños, anhelos, e ideales que vertebran una vida.
Y sin pensamiento se actúa de forma refleja, un tanto condicionada, como en los animales: por impulsos, instintos, estímulos y emociones vibrantes. Lo cual resta libertad y amplitud de miras. Y las actuaciones no pueden ser libres, ni por tanto responsables. Atrapados en un bucle de «hiperactividad» sin fin.
Lo exterior atrapa, pero lo interior construye y da mayor libertad para pensar y poder luchar por algo valioso. Al salir de lo inmediato, que absorbe, recuperamos visión de fondo, atisbamos el horizonte, y entrevemos sentido. Es cuestión de salud hacer una pausa para repensar las cosas, para coger un buen libro que alimente el pensamiento y el corazón, o disfrutar de un rato con amigos, de una excursión, un café, un paseo, o una comida en familia…
Centrar la atención en lo que ayuda en algún sentido concreto en nuestra vida. Crear espacios de silencio para estar con uno mismo, contemplar algo…, y para usar la imaginación y desarrollar la creatividad.
En nuestro interior somos dueños de nuestra propia persona. Libres para poder pensar, actuar, conversar, querer…, para ser nosotros mismos. Tejer nuestro propio estilo de vida. Con un propósito. Y el tiempo es corto… para amar. Por eso, ¡párate y piensa!

