En estos días de agobio y cansancio de los exámenes, puede ser interesante hacer una pausa para descansar y pensar en otros temas más personales. Por ejemplo, sobre cuáles son nuestros valores y cómo empleamos el tiempo que tenemos para vivir. Por eso, he pensado copiar los primeros párrafos de una entrada reciente del blog de Francisco Alcaide, al que ya hemos citado en otras ocasiones en este blog. Tanto el título que he puesto en esta entrada, como la imagen que la acompaña, están tomados del blog Francisco Alcaide He destacado algunas frases que me parecen de especial interés.
«Los valores son los principios que guían nuestros comportamientos. Reflejan lo que somos. Sin embargo, a veces, en un arrebato de soberbia y grandeza pasamos por encima de ellos. Al principio, puede que no tenga mucha importancia; con la sabiduría del tiempo el resultado no es difícil de pronosticar: frustración.
Tus valores son las expresión de tu alma, de tu yo más profundo, de lo que eres, y contra eso no se puede luchar. Y si te niegas a ti mismo, antes o después, lo pagas. De lo que se trata es de armonizar lo que soy con lo que hago

El escritor hondureño Augusto Monterroso decía en una ocasión: «La sociedad intenta destruirte, convenciéndote para cosas que en realidad no deseas hacer». Ahí es donde entra en juego la libertad individual, ahí es donde tienes que demostrar, que «no hay mayor señor que aquel que se ha conquistado así mismo»; aquel que no se ha dejado seducir por los cantos de sirena (es muy fácil sucumbir a ciertas tentaciones) y sigue fiel a quien es. Tú decides, luego no eches la culpa a nadie.

En cierta ocasión, el veterano Charles J. Givens (1941-1998), editor y publicista norteamericano, contaba la siguiente historia. Dura pero cierta y muy repetida en el mundo directivo. Dice así:

«A finales de los años setenta, tuve ocasión de asistir en Washington, donde vivía por entonces, a una recepción en Capitol Hill (sede del Senado Norteamericano), en la que me presentaron a uno de los abogados más influyentes de los Estados Unidos. El hombre había dedicado su vida al trabajo en el seno de una de las mayores firmas de abogados del país: 384 abogados, distribuidos en las oficinas de Boston, Washington y Nueva York. Para dar pie a la conversación, le hice un simple comentario: “Debe Vd. estar bien contento y orgulloso de lo que ha conseguido. Muchos abogados tuvieron el sueño que Vd. ha sabido convertir en realidad, pero no pudieron con ello. Vd., sí”.

Esperaba que me contestara con un simple: “Gracias”. Muy al contrario, su cara pareció ablandarse y, tras beber un sorbo de whisky, me contestó: “Hijo, déjame que te diga qué pienso de lo que he sido capaz de conseguir. Desde que entré en la facultad de Leyes, incluso antes, mi sueño fue llegar a ser el mejor y el más grande. Me quemaba el deseo de levantar la mayor firma de abogados de mi país. Me casé con mi novia de la facultad cuando todavía estábamos estudiando, y –nada más recibir el título– comencé a trabajar día y noche para materializar mi sueño. Cuando mi mujer comenzó a decirme que le gustaría estar más tiempo conmigo, yo respondí: “Cariño, todo lo hago por ti”, a lo que contestó: “Si de verdad quieres hacer algo por mí, lo mejor que puedes hacer es pasar más tiempo conmigo que con tu trabajo”….

Para terminar de leer la entrada y conocer el final de la historia, cosa que te aconsejo, puedes pinchar en este enlace y además, así puedes revisar ese blog. Por otra parte, como ya se adelantaba al principio de esa historia, resulta dura pero cierta y muy repetida en el mundo directivo. Podríamos añadir, que desgraciadamente también se repite en todo tipo de personas, mujeres y hombres, al final de su vida profesional o en los comienzos, mayores y jóvenes. He visto que hay alumnos que en los últimos cursos de la carrera, también experimentan esa misma frustración. Todo depende de los valores que se tengan, de su proyecto personal y profesional.
Los valores nos orientan al establecer el orden de prioridades de nuestra conducta. Es fácil, que tengamos la percepción (subjetiva) de que algo es URGENTE y que, sin embargo, la realidad es que puede esperar, porque hay otras actividades más importantes que se deben hacer. Como he dicho en otras ocasiones, hay que «procurar que lo urgente, no te impida hacer lo importante». Seguramente puede ayudar a comprender lo que digo, al ver una presentación, que me envió un alumno y que se titula ¡URGENTE!