Estoy pasando unos días de descanso en el santuario de Torreciudad . El santuario se encuentra a 24 kilómetros de la ciudad de Barbastro (Huesca), un lugar en el que se ha venerado desde hace siglos a Santa María bajo la advocación de Nuestra Señora de los Ángeles de Torreciudad.
Esta devoción comenzó a cobrar importancia hace años, cuando san Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, la dio a conocer por haber sido curado milagrosamente de una grave enfermedad cuando era niño. En 1975 se levantó un gran templo junto a la original ermita que, unido a otros y a la enorme explanada, forma el actual complejo religioso de Torreciudad por el que pasan miles de personas durante todo el año.
En el interior de la iglesia destaca el retablo realizado en alabastro por el escultor catalán Joan Mayné. Las escenas policromadas representan distintos momentos de la vida de la Virgen María. He pasado mucho tiempo contemplándolo en silencio con la música de órgano de fondo. Es una auténtica catequesis.
Durante mi estancia he tomado conciencia de las muchas familias que lo visitan durante el año, en especial en verano y en temporadas de vacaciones. De todas las actividades que se organizan cada año para las familias, destacaría La Jornada Mariana de la Familia que este año cumple su 31 aniversario y que se celebrará el sábado 16 de septiembre.
La paz y el silencio de este lugar, me están ayudando a reflexionar sobre la familia, una institución social y fundamental para la formación y desarrollo de la vida de las personas. Me he centrado, entre otros temas, en las relaciones de pareja y sus crisis, la preparación para el matrimonio, la educación afectiva y sexual de los hijos y la formación de la sobriedad. Como es lógico, me he detenido especialmente en la educación y trasmisión de la fe en la familia.
La educación de la fe no es una mera enseñanza, sino la transmisión de un mensaje de vida. El testimonio personal de los padres debe estar presente ante los hijos en todo momento, con naturalidad, sin pretender dar lecciones constantemente. A veces, basta con que los hijos vean la alegría de sus padres al confesarse, para que la fe se haga fuerte en sus corazones.
Visitar en familia este santuario es una ocasión de convivir y mejorar las relaciones, dedicar más tiempo a escuchar y a querer a los demás. Participar en los cultos, ayudará a fortalecer la fe de toda la familia. Cuando se fortalece la fe, se favorece la unidad y la capacidad de superar las dificultades ordinarias y extraordinarias que se presentan en la vida.
Este artículo se publicó en el Diario de Almería