Recuerdo hace años, que un profesor con prestigio de la Universidad en la que me encontraba me preguntó: ¿Quieres ser un buen profesor universitario?. La pregunta era retórica, ya que a continuación la respondió diciendo: si quieres ser un buen profesor universitario, quiere a los alumnos, acéptalos como son, con sus virtudes y sus defectos y sobre todo trata de ayudarles a mejorar, a partir de sus virtudes y cualidades positivas. Como es lógico, no he olvidado nunca ese consejo y he tratado de vivirlo a lo largo de mi trayectoria docente como profesor universitario.
Con el fin del curso académico, siempre suelo hacer un balance de los resultados. No solo analizo las calificaciones finales. También reflexiono sobre los resultados formativos. Me hago algunas preguntas como las siguientes: ¿Hay alumnos que hayan mejorado en su formación profesional?¿He conseguido que tengan una actitud activa, interesándose por la materia que explico?¿Ha habido iniciativas de mejora de las diferentes actividades desarrolladas en clase?, etc. Son preguntas que me ayudan a sacar conclusiones y concretar algunos cambios en los contenidos de cada asignatura y en la metodología empleada.
Al menos una vez por curso académico, repaso las conclusiones de un libro cuya lectura me resultó apasionante. Se trata de «Lo que hacen los mejores profesores universitarios«. El libro escrito por Ken Bain -director del Center for Teaching Excellence de la New York University- descansa sobre dos ideas: primera, se puede aprender a ser un buen profesor; segunda, para ello, lo mejor es observar lo que hacen los mejores profesores. Pero ¿quiénes son los mejores? Para el autor, no son los profesores más amenos o que agradan a sus estudiantes, sino los que consiguen resultados de aprendizaje extraordinarios. Dos aspectos los caracterizan: que sus alumnos quedan satisfechos con la docencia y se sienten animados a continuar aprendiendo; que lo aprendido es verdaderamente valioso y sustantivo.
La investigación que sustenta este libro duró más de quince años, en los que fueron estudiados unos setenta profesores de veinticinco universidades distintas. ¿A qué conclusiones llegó?
Primera: sin excepción, los profesores extraordinarios conocen su materia extremadamente bien. Pero no son meros eruditos. Utilizan su conocimiento para ir al fondo de los asuntos, a los principios fundamentales y a los conceptos básicos; son capaces de simplificar lo complejo de manera que motivan el aprendizaje. Tienen además una comprensión intuitiva del aprendizaje humano.
Segunda: dan gran importancia a su tarea docente, tanta como a su investigación. Al programar sus lecciones (seminarios, prácticas, tutorías), se plantean los objetivos del aprendizaje.
Tercera: son exigentes con sus alumnos, esperan mucho de ellos. Pero plantean objetivos ligados a las salidas profesionales de sus estudiantes y a la formación que estos necesitarán a lo largo de su vida, es decir, no se trata de proyectar dificultades arbitrarias.
Cuarta: en sus lecciones intentan crear un entorno para el aprendizaje crítico natural, en el que los estudiantes se enfrentan con su propia educación, trabajan en colaboración con otros, confían en la valoración de sus tareas.
Quinta: confían en sus alumnos, son francos y abiertos con ellos, y siempre son amables.
Sexta: evalúan el resultado de su tarea y saben rectificar cuando es necesario. Califican a los estudiantes según objetivos de aprendizaje básicos.
Lo dicho hasta aquí no significa que estos profesores sean perfectos. Como todas las personas cometen fallos, pero no culpan de ellos a los estudiantes. Además, cuentan con lo que hacen sus colegas, discuten con ellos sobre cómo mejorar el aprendizaje de los estudiantes, y nunca quedan plenamente satisfechos con lo ya conseguido. El libro, que ganó el premio concedido anualmente por Harvard University Press a una obra excepcional sobre educación y sociedad, se dirige a los docentes, pero sus conclusiones pueden interesar también a los estudiantes, a sus padres y a los directivos de las empresas en los que harán las prácticas o trabajarán como becarios.
Bain ha publicado otros libros. Me parece interesante destacar el libro What the Best College Students Do. También comentado en este blog, en una entrada titulada: ¿Cómo son los mejores universitarios? En dicho libro, se analizan las actitudes de los universitarios que luego han triunfado en su trabajo profesional.
Estoy convencido de que los buenos alumnos ayudan a mejorar a los profesores, les exigen más y facilitan sus actividades docentes y formativas con la actitud adecuada. Hacen preguntas interesantes, ayudan a sus compañeros, tienen iniciativas, etc. Esto explica que las buenas universidades, hagan selección de alumnos. Así se prestigia a la Universidad y sobre todo se facilita que verdaderamente sea una comunidad de alumnos y profesores.
Ver también: «Los universitarios prefieren un buen profesor aunque no use tecnología«