En este blog ya hemos dedicado varias entradas a la lectura. Por ejemplo. Hay muchas razones pare leer o La magia de leer. La lectura es imprescindible para nuestra formación y desarrollo personal, pero ¿Los libros dan la felicidad?. Esta pregunta se la he hecho a la profesora María Caballero Wangüemert Catedrática de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Sevilla.
María amablemente me ha enviado este magnífico artículo:
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“Compartir un relato es compartir vida, apostar por un mundo mejor”. Desde la infancia escuchamos relatos que reflejan la odisea del ser humano, siempre a la captura de la felicidad. ¿Y qué es la felicidad? El bien supremo para Platón y Aristóteles, es decir, la virtud… El placer para Epicuro, aunque se le escapa de las manos… “Placer, dinero, poder” nos dice la sociedad actual. Nos gusta que nos cuenten historias y nos las cuenten bien: los grandes relatos han conformado la mentalidad de los pueblos: mito y literatura fueron meros instrumentos a los que se incorpora el cine el pasado siglo.
Compartir relatos da la posibilidad de ser libre al hacer habitable el mundo mediante el arte. Pero ¿por qué leer cuando estamos cuajados de distracciones –cine, televisión a la carta, videojuegos…- que con menor esfuerzo reportan un placer más inmediato? La magia del lenguaje hace hombre al hombre y aprender a leer es dar con la llave de acceso a un mundo nuevo, es el salto de poder frente a la esclavitud que atenaza al analfabeto… Y es que, a diferencia del animal que solo sobrevive, un hombre culto es un hombre libre que construye el mundo que habita. Y lo hace cultivando el espíritu, el único modo de saber algo del sentido de nuestra vida, materia de tanta poesía excelente. Porque el hombre -decía Pascal- “es solo una caña, la más débil de la naturaleza, pero una caña que piensa”.
Ahora viene la pregunta del millón: “¿cuáles son las claves para elegir lecturas de impacto vital?”. La pregunta me supera. Lo obvio es que sin literatura (documento y arte a la vez) no es posible expresarse ni entenderse. Unas simples calas deberían perfilar mi objetivo hoy: estimularles el apetito para que se abalancen a leer libros (novelas, poemas, ensayo…) que sin duda les abrirán horizontes frente a preguntas que como seres irrepetibles debemos resolver uno a uno, sabiendo eso sí, que nos unen al resto de la humanidad.
Conviene elegir bien porque somos mortales y nuestro tiempo es limitado. En cualquier caso, ahí están los grandes libros de la cultura universal: La Biblia, las 1001 noches, Las sagas nórdicas, La Odisea, La Ilíada, La Eneida, La Divina Comedia… y otros que merece la pena conocer. Es importante releer los clásicos desde nuestras coordenadas actuales. “Lo que nos atrae de los clásicos –comenta Carlos García Gual- es que nos siguen hablando, aleccionando, intrigando”. Ahora bien, tal vez convenga iniciarse con la versión de La Iliada que nos da A. Baricco. O con El Quijote adaptado por Trapiello, sabiendo que después llegaremos a los originales, pero no atragantando a nuestros jóvenes con algo que todavía les supera. Porque los clásicos perviven hasta hoy moldeándose con ductilidad a cualquier tipo de situaciones: la estructura de viaje de La Odisea homérica se transforma en desplazamiento geográfico en el Ulises de Joyce (1922); o en viaje alegórico en La Divina Comedia de Dante (1321), un repaso por Infierno, Purgatorio y Cielo de la mano de Virgilio y Beatriz. Incluso en viaje de maduración interior en Goethe, El camino de Delibes, Intemperie de Carrasco y un largo etcétera
La épica del héroe, casi siempre en verso y a partir de tradiciones orales, recoge las acciones guerreras de un pasado heroico, en que honor y fama identificaban al héroe: por ejemplo, el famoso rey Arturo y sus caballeros de la Mesa Redonda en busca del Santo Grial. La mitología céltica ha sido fructífera para la historia de Occidente. Como muestra un botón: las óperas de Wagner. Sigfrido cabalga entre la historia y la leyenda, en la famosa tetralogía El anillo de los Nibelungos, tantas veces representada en Bayreuth. Un mundo de héroes que parecen destinados a desaparecer hoy en nuestro mundo postmoderno. ¿Ya no hay valores? Parece dominar el “hombre light” -(Rojas)-. Pero paradójicamente puede detectarse un renovado gusto por el relato épico, con la subsiguiente rehabilitación moral del héroe (El señor de los anillos), de Tolkien: el bien/ mal con perfiles netos que coadyuvan a la identidad humana. Porque “un mundo sin modelos carece de referentes firmes” -nos dice el psiquiatra Rojas-. ¡Imposible avanzar!
Cambiamos de registro, de la cultura clásica y los mitos bárbaros a la herencia judeocristiana. A la pregunta, ¿qué aportó el cristianismo a la literatura occidental? Surgen múltiples respuestas: la Biblia, cantera literaria para todos los tiempos; la mística, puente indestructible entre Dios y los hombres, con personajes como Teresa de Jesús, cuya Vida merece una lectura; la literatura de los conversos, desde san Agustín hasta la princesa Borghese… pasando por Claudel, Frossard, García Morente, Scott Hahn…; la literatura apologética que dio grandes ensayos y también novelas: Fabiola, del cardenal Wiseman; Apologia pro vita sua (ensayo) y Perder y ganar (novela autobiográfica), doble testimonio de la conversión de Newman; los múltiples relatos de Lewis y Chesterton; Retorno a Brideshead (1945, de E. Waugh una novela apasionante sobre la acción de la gracia en personajes estrafalarios y marginales (la versión de la BBC es extraordinaria)… El cristianismo aportó mucho más, por ejemplo, el tema de Dios en la novela del siglo XX: S. Undset, H. Haase, Mauriac…, con un importante apartado sobre el mal que bordan Dostoiewski o Hanah Arent… Y cuando parece que hoy Dios ya no interesa a los escritores, encontramos en la novela postmoderna, una cierta nostalgia del Dios perdido, por ejemplo, en La carretera (2006), del norteamericano Mc Carthy, una visión apocalíptica y postmoderna de un padre y un hijo caminando hacia una dudosa salvación tras una debacle nuclear. Por fin, ahí está la poesía religiosa, veta escondida que aflora en excelentes escritores: G. Diedo, J. Mª Pemán, E. de Champourcín, republicana y mujer del 27, Dámaso Alonso… y en generaciones mucho más cercanas a nosotros Miguel D´Ors, J.J. Cabanillas, o C. Guillén quienes compilaron recientemente una antología bajo el título Dios en la poesía actual (2018).
Si he conseguido inquietarles mínimamente con el asunto, les recomiendo dos libros imprescindibles: El infinito en un junco (2019), bestseller sobre el libro y todo lo que le rodea en Grecia, Roma y mucho más… con el que no pudo la pandemia. Yo me leería la primera parte. Y un texto de la editorial Homo Legens que acabo de descubrir, cuyo autor es José R. Ayllón: Qué leer cuanto antes. Algunos libros para entender la vida (2022).
¿Es posible una vida lograda (A. Llano) sin lectura? A mí me da qué pensar… Recapitulemos: Leemos poesía para mirar la realidad de otra manera, con intensidad y sentimiento… Leemos novelas para vivir vicariamente otras vidas, las aventuras que nunca serán nuestras… Leemos para saber, porque saber es poder, y la gran literatura, destinada a pervivir, es capaz de superar la falsa dicotomía del docere/ ludere: la razón nunca está reñida con el auténtico disfrute intelectual.